Y es que el director Harry Lighton, basándose en la novela Box Hill de Adam Mars-Jones, acaba de estrenar Pillion, una película que está dando mucho de qué hablar, y no solo porque en la última edición de Cannes se alzara con el premio al Mejor Guion y lograra una ovación de esas que impiden sentarse en un ratito.
Una cinta en la que el guapísimo (y muy nórdico) Alexander Skarsgård es Ray, el carismático líder de una banda de moteros que por azar del destino conoce, en un pub gay, al tímido Colin (Harry Melling) con el que comienza una relación marcada por esas dinámicas de poder y deseo de aquel Christian Grey (o de aquella Babygirl, con Nicole Kidman), que llevan a Colin (como a la Johnson) a experimentar y descubrir una cara, aún más íntima, que desconocía de su propia personalidad. Un cortejo casi sadomasoquista donde Colin va cayendo atrapado en la red de un Ray rudo, que no afloja las riendas, mientras el amor y la dominación se van boicoteando a cada rato.
Un drama con tintes cómicos donde las escenas más tiernas se van sucediendo con otras en el que el alto voltaje y lo explícito brotan de la pareja protagonista de manera natural, aunque poco propia en el cine británico, no muy acostumbrado a entegarse a estos argumentos de manera tan cruda y sin filtros. Escenas que no pierden una estética muy cuidada que emboba, una fórmula ganadora que aderezan con la propia flema inglesa, que tanto caracteriza el cine británico, necesaria ironía entre sexo, algo de humor y esa simbología tan erótica como quinqui que provocará que te quieras quedar hasta el último nombre de los créditos finales por puro gusto y necesidad.
Texto_Bru Romero