En un tiempo en el que debíamos vivir con total y plena libertad, parece que hay que andar con pies de plomo para evitar cualquier confrontación y actuar de la manera en que se espera. Decisiones que, en muchas ocasiones, nos llevan a un sentimiento de culpa al que no solo nos inducen agentes externos, sino al que nos dirigimos guiados por nosotros mismos. ¿Hasta cuándo?
Fijo que en algún momento de tu vida te has sentido culpable por algo. Una sensación que no siempre llega de fuera, sino que te atrapa desde el interior y no te suelta porque el grado de ansiedad es tal que como para salir ileso.
La mayoría de las veces este sentimiento parte de ideas infundadas que nada tienen que ver con la realidad. Un sentir remordimientos sin justificación alguna y sin poder controlarnos, que van minando nuestra capacidad para el equilibrio, el sosiego y la estabilidad mental y que nos puede llevar a sufrir de insomnio, déficit de atención o, incluso, baja autoestima.
Ideas que explotan en tu cabeza y te persiguen, pues tú las sigues alimentando, y antes la falta de información, te hacen errar en un juicio certero mientras te vas hundiendo, cada vez más, sin posibilidad de un respiro que aclare tus ideas.
Un sentimiento que puede llegar a convertirse en complejo y que de mantenerse somatiza en dolores estomacales, ganas de llorar, tensión muscular, retraimiento social y pensamientos negativos persistentes ligados a la decisión o decisiones que han provocado esa culpabilidad.
Pero, ¿cómo afrontar el problema y acallar esas voces que no cesan? Pues ir a la raíz del problema e identificar el porqué de esa asfixia que no cesa; pedir puntos de vista o la opinión de un buen amigo o de un familiar cercano y relativizar y pensar que nada ni nadie nos puede hacer sentir culpable por nuestras acciones. Nos podemos equivocar, sí, pero no pensar que nuestras acciones son erróneas porque no sean las que se supone que se esperan de nosotros.
También, podemos hablar con nosotros mismos en voz alta y argumentar nuestro problema, ese que nos hace sentir que hemos cometido un acto atroz y, en el camino, relativizar y darnos cuenta que nada es tan espantoso como nos quieren hacer creer para hacernos sentir mal, pues hay cosas para las que debemos tener la serenidad para aceptar que no podemos cambiarlo todo, el coraje para cambiar aquello que sí podemos cambiar y la sabiduría para lograr encontrar el equilibrio, distinguiendo entre una y otra. Ah, y lo más importante, yendo a terapia si la culpa no desaparece y quieres quitar ese peso de encima. ¿Para qué cargar con una culpa que no cesa?