Así, su coqueto restaurante situado en el madrileño barrio de Las Letras sigue de bote en bote desde 2003, toda una proeza en un momeno en el que los negocios abren y cierran, pero solo los mejores se acaban quedando. Un tanto que se sigue apuntando La Malotina (como llamaba el padre de Fernández Acera a su hermana cuando no se portaba bien) en una clara apuesta por la cocina mediterránea más pura, mezclada con el exotismo propio de esas receas de aquí y de allá que tan bien se adaptan al gusto patrio y a esas materias primas que ganan al experimentar.
Porque si algo hay que tener claro es que La Malotina es mucho más que un sencillo bistró que sabe a asturiano, un restaurante donde se impone el chup-chup, las largas preparaciones y contundentes sabores y muy buena en fogones que homenajean lo artesanal.
Una experiencia culinaria completa donde la mezcla de eclecicismo y el yantar de toda la vida sorprende a locales y visitantes, mientras le hincan el diente a esas vieiras a la plancha con reducción de kimchi y Godello, las croquetas caseras (de lo que haya en el día), los mejillones gallegos en salsa de curry con coco y lima, su col braseada y caramelizada con vinagreta de anchoas y avellana, la buenísima brandada con ajo asado y miel, sus mollejas de ternera lacadas con puré de manzana verde, el bacalao en sashimi con aceite y especias, las alcachofas sobre hummus o un rossejat que merece todo nuestro respeto. Vino de la casa y a gozar.
Texto: Bru Romero