Party, la «revista del mundo del espectáculo» que empapeló la oscuridad del armario

En un momento en el que publicar una nueva cabecera impresa es toda una proeza

Party, la «revista del mundo del espectáculo» que empapeló la oscuridad del armario

El recuerdo de la primera revista de venta libre dirigida al público homosexual resuena como canto de sirena al que volver por puro regodeo fetichista.

Dos meses antes de las primeras elecciones democráticas tras la dictadura, el 16 de abril de 1977, se publicaba el primer número de Party, una revista que venía a ocupar el hueco que había dejado en el lector el cierre de la revista Papillón, que había puesto en el punto de mira a esas cabeceras que asomaban la patita LGTB en un momento en el que todavía ni se sabía lo que eran esas siglas.

Así, la Editorial Amaika, con la excusa de convertir a Party en una revista de espectáculos («del mundo del espectáculo» para ser exactos) comenzó a tirar de Miguel Bosé, José Luis Manzano, Juan Ribó, Junior, Pedro Mari Sánchez, Pep Corominas o de Rocío Durcal, Lolita, Norma Duval, Eva León o Maira Gómez Kemp para atraer a esos homosexuales que, por obligación, andaban reprimidos y necesitaban de una ventana editorial donde sentirse libres, aunque fuera ocultando que compraban Party.

Joomla Gallery makes it better. Balbooa.com

Evidentemente, y pese a la joven democracia que ya se respiraba en España, tuvieron que sufrir los ataques de las fuerzas más conservadoras de la sociedad, que veían como el colectivo se empezaba a despendolar. Hablar de actores desde una perspectiva más sexualizada, travestis gitanos, noticias de inicios de rodaje de películas que acabarían logrando los dos rombos y dar hueco y mucha letra a consultorios sexuales y secciones donde se informaba sobre bares, discotecas y lugares de cruising para satisfacer las dudas e intereses de los más afeminados del barrio, amantes de un buen marabú y de una camisa de seda con chorreras traída de París.

Con el paso de los años y el éxito residual, pero éxito disidente a tener en cuenta, Party se calentó. El póster central del actor o anónimo de turno completamente desnudo alegraba las mañanas, tardes y noches del embelesado lector que volaba al kiosco, con pudor, a por el próximo número. Aquellos que vivían en las grandes ciudades, claro. Los provincianos tenían que buscarse las mañas para conseguir semejante tesoro incunable. Muchos querían llegar a convertirse en ‘Chico Party’, un concurso de belleza donde los lectores participaban enviando sus mejores y más sugerentes fotografías y cuya fiesta de elección se llevaba a cabo en aquel cabaret de la calle Tàpies, el «Barcelona de Noche». Y eso sin contar con los anuncios de contactos que se publicaban semanalmente en Party y que fueron el antecesor al Tinder. ¡Qué tiempos! ¡Cuánta paciencia para recibir respuesta!

Por todo ello (y por mucho más que mejor haber visto/vivido), la revista Party se dejó el resto para que los españoles le miraran a la homosexualidad a la cara y se produjera una normalización de una orientación tenida como un comportamiento de maleantes inmorales. Un recuerdo que desde que cerrara en 1985, se ha intentado seguir manteniendo vivo en revistas dirigidas al público homosexual, pero que perdían ese estilo y regustillo kitsch que Eloy Rosillo, director de Party al que gustaba usar el seudónimo de ‘Luis Arconada’ para sus columnas supo imprimir a unos números, hoy, verdaderas joyas para el coleccionista de esa cultura pop de capa caída.

En 2017, la editorial Los Doscientos quiso rememorar aquellos años en los que tensar la cuerda social era tan arriesgado como hacer cualquier deporte extremo publicando un libro, en edición limitadísima, donde se compilaban aquellas portadas y páginas que hicieron a toda una generación sentirse acompañada y darle alas para volar, pero no era el original. Ya no tenía tanto sentido, o sí, de Party aprendimos todas las cabeceras. ¡Larga vida al papel! ¡Larga vida al colectivo! ¡Menos miedo y más prensa especializada!