Hace menos de dos meses aplaudíamos hasta con las orejas la llegada de la nueva cámara de la familia Fujifilm: la Instax Wide Evo. Una cámara distinta, especial y más grande que su hermana mayor, que venía a cumplir toda expectativa y se ganaba, de pleno, nuestro amor y cariño.
Un juguetito para amantes de lo analógico, pero con un ojillo en las nuevas tecnologías, que nos recordaba a aquellos clásicos tomavistas de nuestros abuelos y padres, con los que se habían encargado de ir atesorando recuerdos en aquel álbum familiar. Una cámara instantánea híbrida (la segunda de Fujifilm) para disparar película panorámica y con un objetivo ultra gran angular de 16 mm f/2,4, para esos momentos en los que no quieres que se escape nada, absolutamente nada, de la escena, y que se pueden almacenar en una tarjeta Micro SD (no incluida, evidentemente).
Una Instax Wide Evo elegante y que se adapta a la mano como el mejor guante de piel, con la que desperdiciar poco papel (porque primero disparas y luego ya eliges si imprimirla o no), y que tu padre amará como aquel amor a primera vista le robó la razón hace años. Una herramienta necesaria cuya gran pantalla LCD de 3,5 pulgadas se sumará a la larga lista de atractivos de este verdadero objeto de deseo con una pila de efectos de objetivo y película (hasta 100 combinaciones), que obligarán a experimentar con ella hasta que dominarla y así demostrar a todos que a papá no se le resiste nada.