Y es que, 366 días después (este año es bisiesto), nos siguen recordando que allí se va a disfrutar.
Y es que si estás buscando un restaurante donde poder ir a cenar tranquilamente y beberte un par de ricos cócteles al son de esos ritmos que obligan a tus pinreles a despegarse del suelo, MamaQuilla es el place to be definitivo.
Un local que es un verdadero espectáculo de principio a fin y donde la buena comida es el hilo conductor de una experiencia gastro-festiva sin igual. Porque en MamaQuilla tan importante es celebrar esos sabores latinos con regusto nikkei como saltar a la pista para celebrar que la vida son dos días y uno, casi siempre, está lloviendo. De ahí, que no podamos resistirnos a semejante expedición culinaria, comenzando con un potente sinaloa, que nos sirva como gasolina.
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Tras él, todo en MamaQuilla viene rodado, pues a unas materias primas de primera se les une una puesta en escena de lo más pintona, que nos hace explorar esa América Latina tan apetecible. Una propuesta que es capaz de resetearnos hasta olvidar que no siempre la cocina latina nos supo tan bien, mientras sus chefs ejecutivos Joaquín Serrano y Jorge Velasco, saben cómo darnos los que merecemos al ritmo de recetas de allí hechas con materias primas de aquí, y sin olvidarse de esa cultura gastronómica proveniente de los ‘carritos’, mercados de abastos y calles de Lima o Río de Janeiro que abastecen de ideas a una MamaQuilla cumpleañera.
¿Qué comemos? Su zamburiña soasada con emulsión de tomatillo verde y horseradish, la gilda con shot de aceituna, el pulpo de roca a la brasa, su tiradito de atún, el ceviche verde de corvina o los 200 gramos de centro de solomillo, también al fuego, con mantequilla de especias cajún nos hacen apostárnoslas a una reserva de éxito, que culmina en magistral con su costrado de chocolate con plátano asado. Un oaxaca o un jalisco para equilibrar la balanza y ya solo queda encomendarnos a la diosa inca de la luna protectora de la mujer (MamaQuilla), por lo que pueda pasar. Todo bien.