Desfiló como solo las reinas pop saben hacerlo y eso ya nos daba la pista de lo que estaba por llegar. Miley Cyrus se convertía en la protagonista de la gala de los Grammy de este año, y sentíamos cómo Taylor Swift se moría d envidia, pese a recoger el premio a ‘Mejor álbum del año’, mientras Kylie Minogue (‘Mejor Canción Pop Dance’) bailaba al son que marcaba la de Tennessee.
Una noche en la que la ahijada de Dolly Parton hizo alarde de poderío ataviada con nada más y nada menos que cinco modelitos firmados por Galliano para Maison Margiela, Tom Ford, Gucci y Bob Mackie, que ya vistiera a Joan Collins, Cher, Liza Minnelli o Babra Streisand en los 80, y que actualmente está viviendo una segunda juventud en cuerpos como los de Dua Lipa o la galardonada Cyrus.
Así, los gramófonos a ‘Mejor interpretación’ y ‘Mejor grabación del año’ caían en los brazos de la cantante, la ‘Hannah Montana’ de nuestra juventud que nos hizo saltar de niños a hombrecitos, que veía cómo tantos años de reinterpretarse a sí misma eran, al fin, recompensados.
Una absoluta rendición de la industria a tantos años de trabajo, buenos temas a granel y un ‘Flowers’ que se convierte en su pasaporte para la gloria con su madre, hermana y guapo novio (Maxx Morando) que no quisieron perderse este sarao para el recuerdo.
«No quería dejarte (pero tuve que hacerlo), no quería pelear (pero lo hicimos). Empecé a llorar y luego recordé que… ¡acabo de ganar mi primer Grammy!», gritaba desde el escenario. También había olvidado las bragas. No las necesitaba.