Conocí a Yves Saint Laurent, Monsieur Saint Laurent, como lo llamábamos, en 1989. Entré en esa gran casa como becario y la verdad es que al principio me sentí bastante decepcionado…. claro, yo me había imaginado sentado a su lado e imaginaba que con cada uno de mis dibujos él se iba a quedar altamente impresionado con mi talento. Dibujar ranitas y otras cositas tontas para ropa infantil –de gran acogida en el mercado asiático– no era lo que yo esperaba. Pero mi hada madrina andaba por allí y en poco tiempo empecé a dibujar zapatos que acabaron siendo utilizados en los desfiles de Alta Costura. ¡Y el sueño se hizo realidad! Poco meses después me integraron en el mismísimo estudio de Monsieur y todo empezó a ser maravilloso. El honor de trabajar con Loulou de la Falaise, Madame Muñoz, directora del estudio, o Clara Saint es difícil de describir; viajar a Japón para una gran retrospectiva de la Maison, participar en los desfiles de pret-à-porter (Saint Laurent Rive Gauche) o en los de Alta Costura me dejaba sin aliento… Compartir espacio con las modelos más maravillosas del planeta, como Khadija Nicholas, Naomi Campbell, Kirsten Mcmemany, Claudia Schiffer, Linda Evangelista o Kate Moss, era algo más que un privilegio. Ser invitado a los eventos más especiales, como el que tuvo lugar para celebrar los treinta años de la casa, era formar parte de un verdadero torbellino.
Ahí aprendí mi profesión, a la antigua usanza. Lo mismo dibuja que fotografiaba que hacía café para todo el mundo o fotocopias sin parar. Era un sueño increíble porque trabajar junto a Yves Saint Laurent era aprender, intentarlo al menos, a ser perfecto. Pero significo más porque en aquella casa conocí a una familia, a mi otra familia.
El pasado agosto, cuando volví de vacaciones, me encontré con un save the date bellísimo y un tanto misterioso en el buzón. Una invitación que me hizo sentir superfeliz porque “la familia” me reclamaba. Una vez más me transformé en un hombre privilegiado al que invitaban a conocer otras facetas de Monsieur a las que, lógicamente, no había tenido acceso: sus años en Marrakech. La inauguración del nuevo Museo Yves Saint Laurent en la ciudad marroquí suponía el reencuentro con los míos y la oportunidad única de acceder a su mundo y muchas de sus fuentes de inspiración. Semanas después del save the date recibí la invitación formal y ocurrió, como en una película, que mientras el cartero llamaba el timbre para entregarme un sobre enorme con un magnifico sello de Yves Saint Laurent me llegó, al mismo tiempo, un mensaje de un amigo en el que me contaba la muerte de Pierre Bergé. Raro y triste. Pero la vida es así y hay que seguir caminando.
Llegue a Marrakech el 13 de octubre con un tiempo no muy bueno, pero qué importaba eso. Marrakech es Marrakech y son tantos sus colores, sus perfumes y su belleza que nada rompe la magia. Los fastos organizados para la pre-apertura del nuevo museo arrancaron con una proyección en la plaza Jemaa El-Fna del desfile del Stade de France de 1998, un desfile-retrospectiva de Haute Couture que me resultó especialmente emocionante ya que yo había formado parte de él. Tras esta proyección hubo otra centrada en el último desfile de Alta Costura de la Maison en 2002. Unos recuerdos hermosos y especialmente vivos que se mezclaban con el rumor de una plaza abarrotada, la música y la voz de Monsieur Saint Laurent. Una noche mágica en la que nos reencontramos todos los de «la vieille école» entre personalidades como Jack Lang, Madison Cox, Jaime Martínez-Bordiu, Beatrice D’Orleans o Ariel de Ravenel.
El sábado 14, el día de la inauguración del nuevo museo, se sumaron al “petit comité” de elegidos la princesa Lalla Salma (vestida de YSL 1983), Catherine Deneuve, Marisa Berenson, Betty Catroux o Agatha Ruiz de la Prada. Por la noche, un concierto privado en el teatro del palacio Es Saadi del grupo Mashrou’Leila, formación gay de rock alternativo original de Líbano, remató una jornada irrepetible.
Y domingo tuvimos la suerte de poder visitar Villa Oasis, la inaccesible villa de Yves Saint Laurent y Pierre Bergé con un guía de excepción, Madison Cox, viudo de Pierre Bergé, paisajista de renombre y flamante director de los museos Yves Saint Laurent de Paris y Marrakech. Y a continuación llegó el momento más esperado, el motivo de nuestro viaje a Marruecos: conocer el nuevo y bellísimo museo. Anexo a la mítica Villa Majorelle, el edificio es una sobria construcción de ladrillos y metal obra de los arquitectos Studio KO. Con el logotipo YSL que Cassandre diseñó en 1962 a modo de bienvenida en la entrada, el museo cuenta con una sala permanente dedicada a los cuarenta años de creación de YSL y otras dedicas a retrospectivas fotográficas –como las que ahora mismo se pueden disfrutar: “Jacques Majorelle et le Maroc” o “Catherine Deneuve au Maroc”, colección de imágenes realizadas por ELLE Francia en 1992–, así como un auditorio, una librería, una biblioteca y, claro, una cafetería.
Hasta aquí la breve crónica de un viaje emocionante, fuerte e intenso; un viaje lleno de color, de amor, de vida y de belleza en torno a la figura de un hombre irrepetible que espero que ahora hayan compartido los lectores de DEAR MAGAZINE.
Por ERIC GALLAIS, diseñador