Dicen que las cosas son mejor procesarlas antes de ofrecer un juicio de valor y eso es lo que he hecho con Twin Peaks. La ocasión lo merecía. David Lynch, también. Nada hacía presagiar el 10 de junio de 1991 que 26 años después una tercera temporada llegaría a nuestras pantallas (en este caso, ordenador), dejando atrás la cadena ABC para abrazar Showtime, y con Lynch y Mark Frost como guionistas de nuevo. Pero estábamos de enhorabuena.
El director que hace unos días decía que no pretendía seguir dirigiendo películas y que en los 90 nos dejaba al borde del colapso con su el thriller psicológico que sentó cátedra en aquello de lo onírico y terrorífico, formato entorno rural, volvía el domingo de madrugada (para los españolitos de a pie) con un nuevo viaje a Twin Peaks en su tercera temporada.
Esta vez el maestro del suspense y las idas de olla solo aptas para intelectualoides y culturetas huye de la melancolía, del recuerdo a una época televisiva que creó escuela y sobre todo una generación a la que cambió su manera de pensar, sentir, imaginar y pasar miedo (psicológico o visceral) y que esperaba con ganas una vuelta al pueblo que vio nacer (y morir) el milagro.
Una temporada de 18 capítulos de la que solo se han visto 2 y que habiendo perdido, quizá, un poco de la ambigua y enrevesada dialéctica del original (e irrepetible) sigue enganchándonos, sigue entreteniendo, sigue escribiendo el guion de futuros aprendices a director.
Un puzzle sin reglas en el que desgranar el misterio no es lo importante porque valen más las imágenes y las interpretaciones que el resultado final. Una vuelta al pueblo que nos sigue desconcertando desde los títulos de crédito (Angelo Badalamenti vuelve a la carga)y que gracias a un casting que recupera a Kyle MacLachlan, Sheryl Lee, Dana Ashbrook, Sherilyn Fenn pero que también tiene tristes pérdidas como Lara Flynn Boyle, Michael Ontkean, sigue poniéndonos los vellos de punta y la miel en los labios.
Una temporada que, lo más seguro, no entiendan el común de los mortales y sí, aquellos que vieron sus nervios perder frente a la pequeña pantalla, frente a Tele5. Un talento que no pierde el viejo lobo de mar Lynch para el que el mundo del show business actual no le llama ya ni para seguir dirigiendo y con el que volvemos a hacernos una magnífica taza de café que nos hierve la sangre pero que degustamos a sabiendas que aquí sigue habiendo gato encerrado. Me gusta la sensación.