Si eres consumidor de redes sociales te habrás dado cuenta de que el tamaño sí que importa. Aunque sean muchos los que hayan renegado de esta cuestión, los tíos altos gustan, de primeras, más que los más bajos y poco más hay que decir. ¿Pensabas que hablábamos de otro tipo de tamaño?
No sería la primera vez que al “hacer match” con alguien, una de las primeras preguntas en salir en la conversación sea la de la altura. Según algunos, una gran cantidad de centímetros en vertical suelen ir en paralelo a una mayor virilidad, éxito laboral o capacidades de liderazgo. Un dato que muchos ocultan hasta que son situados entre la espada y la pared y no tienen otra escapatoria que ser sinceros, aunque ello implique un bloqueo ipso facto.
Una cualidad que aún sigue viéndose como negativa entre la comunidad gay donde los altos y activos parecen ser los verdaderos leones de la selva. Una selva, que en muy pequeñas ocasiones, ve con morbo el menor tamaño como fetiche, convirtiendo a los metro setenta e inferiores en premios de bolsillo de lo más deseado.
Pero, ¿por qué a los hombres de menor estatura se les toma en broma o como una especie de mascota a la que achuchar? Todo nos vuelve a remitir a la mitología. Según especialistas, en la época clásica más literaria los hombres siempre eran más altos que las mujeres y eso promovió la idea de que el hombre era más fuerte que la mujer. Una idea de fortaleza que coge más fuerza, valga la redundancia, por la idea evolucionista de que el atractivo sexual y la paternidad van unidos a una altura por encima de la media como algo idóneo.
Una cualidad que también estaría unida al tipo de rol del gay en cuestión, igualando pasivos a gente baja y activos a gente alta. Una inercia de lo más equivocada, estereotipos y más estereotipos en un mundo donde el filtro enamora, y el “problema de la altura” impide que muchos echen a perder un futuro idilio con el hombre de su vida. Real.