La comedia de costumbres en España fue, en los oscuros años del franquismo, uno de los documentos históricos más inteligentemente realizados, en muchas ocasiones a la mayor gloria del régimen pero que no por ello pueden verse hoy sin valorar todos sus aciertos y virtudes. El amo y señor de ese género y ese tiempo fue Luis García Berlanga, del que sobran adjetivos, que reinó durante décadas como el ave fénix de una cinematografía que buscaba una personalidad propia y que devino en el destape primero, y en el cine de la movida, después. La comedia desde entonces, no sólo en España sino en toda Europa a excepción, quizás, de Reino Unido, ha ido dando tumbos sin terminar de encontrar una voz personal, aunque, en ocasiones, aparecen experimentos de los más estimulantes: Si Dios quiere (Italia), Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho? (Francia) y ahora Señor, dame paciencia (España) –curioso que se invoque a Dios en todas ellas- tienen en común su frescura, simpatía, ironía y una consecución de gags con sonoros aciertos de guion, dirección e interpretación.
Señor, dame paciencia no engaña a nadie. Pasa por todos los lugares comunes de a comedia de personajes (el padre derechón y conservador del Real Madrid con un yerno antisistema, otro culé y otro negro, vasco y gay), es chillona, previsible y está lejos de la genialidad. Pero, sin embargo, hay algo en ella que funciona de manera alegre y divertida, como si ese soplo de aire fresco por el que suspiramos en estos días de insoportable calor llegara a modo de clichés familiares, alegatos a favor de la tolerancia y chistes facilones que, asombrosamente, funcionan.