«Si Puigdemont me hubiese escuchado ahora sería President»
Exalcalde de Figueres. Exconseller de Cultura y de Empresa en el Govern de Carles Puigdemont. Historiador. Divorciado y nuevamente enamorado, acaba de cumplir 45 años. Catalán y gay. Hablamos con Santi Vila de lo que se siente cuando tus excompañeros te consideran un “traidor”, de los errores del proceso soberanista y de una clase política en la que muchos te sonríen mientras están pensando “maricón”.
Santiago Vila i Vicente (Granollers, 15 de marzo de 1973) dejó el Govern de Carles Puigdemont un día antes de la declaración unilateral de independencia de Cataluña —aprobada por el Parlament el 27 de octubre de 2017— y de que se interviniera la autonomía con el artículo 155 de la Constitución. Entre el momento en el que grupos de españoles como Dios manda le gritaban «¡Maricón!» cuando entraba en la Audiencia Nacional para declarar y hoy, su vida ha experimentado un giro de 180 grados. El primero y más significativo es que ahora es un hombre mucho más relajado y feliz. Santi Vila es un tío guapo y encantador que mira de frente y no evita preguntas incómodas. Nos encontramos en Barcelona, en medio de otro de esos días que los periódicos y las televisiones tildan de «históricos» y que acaban en aplazamiento. Otro más.
En los casi cinco meses que han pasado desde que dejaste la política has encontrado trabajo como director general de Aigües de Banyoles —empresa de capital mixto—y has escrito un libro, De héroes y traidores, en el que analizas los que, a tu juicio, han sido los principales errores del procés. Intentemos resumirlos. Errores ha habido muchos, en Barcelona y en Madrid, pero por ser positivos diré que también se abrieron ventanas y oportunidades. Creo que uno de los principales errores fue la decisión tomada por Artur Mas tras las elecciones al Parlamento de Cataluña del 27 de septiembre de 2012, con las que no podía formar gobierno, pero optó por abrir las puertas a los radicales de la CUP, dando pie a una legislatura absolutamente condicionada. En vez de disolver el parlamento y convocar nuevas elecciones, Mas decidió separarse y dar un paso a un lado. Fue un error muy grave.
Como también lo fue la interpretación de los resultados del referéndum del 1 de octubre de 2017, porque una cosa es que aquella movilización ciudadana, tan potente y masiva, con dos millones de catalanes en las calles, sirviese como palanca para poder negociar una buena solución, y otra, muy distinta, querer obviar a otros muchos millones de catalanes, tan catalanes como los primeros, que no se sentían parte de aquel referéndum. Optar por la unilateralidad fue el otro gran error que nos ha llevado a esta situación de colapso.
Esto en el campo soberanista, porque en el otro lado, en el del Gobierno de Mariano Rajoy, se dieron errores más hirientes, como la sacralización de la Constitución y las leyes. En definitiva, el no querer hacer política en el sentido más noble de la expresión.
¿Tu libro está pensado para levantar ampollas? El libro tiene dos partes muy diferenciadas. Una se centra en el balance personal, en la experiencia vivida en aquellos meses tan intensos y eléctricos como miembro del Govern, pasando por la Audiencia Nacional cuando me juzgaron o lo vivido en la cárcel. Y la otra intenta ser constructiva a través de propuestas para ver cómo salimos de este lío y, entre unos y otros, volver a poner el tren en la vía. Trato de combatir ese fatalismo histórico que sostiene que los españoles estamos condenados a usar la cabeza para embestirnos más que para pensar. Tenemos que acabar con esa incompetencia nuestra.
Han pasado casi cinco meses desde que fuiste citado en la Audiencia Nacional para declarar por delitos de rebelión y sedición, y donde los energúmenos de turno te regalaron insultos como «maricón», «traidor» y «cobarde» ¿Cómo recuerdas aquellos momentos? Con dolor y tristeza. Tengo la suerte de conocer bastante bien España y de tener muchos amigos, fuera y dentro de Cataluña, gente a la que quiero muchísimo. Me considero buena persona, un ciudadano honesto comprometido con sus ideas y con sus conciudadanos. Lo mío, al final, visto ahora, fue anecdótico, pero hay que recordar que todavía hay excompañeros del Govern en la cárcel. ¿Es normal que esto pase en un país avanzado como España en 2018? Es la pregunta que me hago.
¿Carles Puigdemont te considera un traidor? Quiero pensar que no. Los dos años que trabajé con él fui un colaborador franco y leal, eso sí, incómodo también, porque siempre procuré decirle las cosas tal y como las veía. Lo que más me duele es que no me escuchase un poco más, si lo hubiese hecho ahora estaría en Barcelona tan ricamente presidiendo la Generalitat y las instituciones catalanas no estarían intervenidas.
¿Habéis vuelto a hablar desde que te fuiste del Govern? Hablé con él la tarde posterior a la declaración de independencia, esa fue la última vez. Desde ese día, él vive en condiciones extremas, cambiando constantemente de teléfono y además, como sabes, yo tengo el pasaporte retenido como medida cautelar. Lo digo porque si lo tuviera, sin duda, iría a visitarlo para mostrarle mi apoyo y mi amistad, porque se puede discrepar en lo político y seguir manteniendo el afecto, y yo se lo tengo. Me gustaría hablar con él sobre como yo veo las cosas. Quien ahora visita a Puigdemont lo hace para pedirle algo o para reforzarle en sus opiniones, para decirle lo que quiere oír. Creo que en estos momentos en los que Carles tiene que tomar decisiones tan delicadas y complejas sería más importante que escuchase a quien le quiere bien y no necesariamente le da la razón.
Resulta curioso recordar ahora que Carles Puigdemont fue la persona que te casó con tu anterior pareja, ¿no? (Risas) ¡Y tanto! Carles y yo hemos bromeado mucho con este tema. Pese a que en el día a día surgían tensiones —yo siempre he ido muy a contracorriente dentro del PDeCAT—, la gente se preguntaba por qué nos llevábamos tan bien, a lo que yo siempre respondía que lo único que podía echarle en cara a Carles era que me había casado, porque mi matrimonio resultó un fracaso. (Risas).
A la hora de dejar el Govern, ¿qué influyó más: tu ideología o tu pareja? Se dieron varios factores, pero la razón determinante, fue que yo había formado parte de un equipo de personas que negociaba con el Gobierno de Madrid para intentar que no se aplicara el artículo 155, a cambio de que nosotros no tomáramos ninguna iniciativa de forma unilateral. Era una negociación del tipo alto el fuego que buscaba serenidad y evitar daños irreversibles. Habíamos llegado muy lejos y el acuerdo estaba prácticamente cerrado a cambio de que convocáramos elecciones autonómicas ajustadas a derecho. Pero al final los fanáticos de ambos lados se lo llevaron por delante, y fue muy frustrante porque tanto en Madrid como en Barcelona había habido actitudes muy moderadas y nobles. Cuando se optó por la declaración unilateral no me vi capaz de seguir por pura coherencia. Me sentí totalmente desautorizado, se lo dije al President y me fui.
¿Le va a salir caro a Santi Vila el proceso independentista? Me resulta imposible predecir qué va a pasar conmigo. Honestamente, siempre he estado convencido, hasta donde yo llegué, de que nos estábamos ajustando a derecho. E incluso en los aspectos más discutibles, que ahí están, sigo pensando que ha habido una desproporción entre lo acontecido y las consecuencias. Si lo analizas todo serenamente, no creo que haya para tanto. Si algo sobra en todo esto es visceralidad.
En política, más allá de las apariencias y del quedar bien, ¿hay mucho heterochungo? Sí, los hay. Otra cosa es que, afortunadamente, en los tiempos que corren tienen que ser muy prudentes y muy cautos. Vivimos un momento en el que la tolerancia con cualquier tipo de sexismo o discriminación con respecto a la orientación sexual es cero. Ahora, claro que los hay y yo he tenido que convivir con muchos de ellos. El homófobo, por definición, es un sexista, son personas desagradables desde muchos puntos de vista. En la política catalana, el perfil del homófobo acostumbra a ser un nacionalista recalcitrante aferrado a valores del siglo pasado. Pero están, están y no son pocos. En política convives a diario con mucha mediocridad… como en todos lados.
«En la primera conversación que tuve con mi madre sobre mi homosexualidad ella me dijo: ‘Que pena porque vas a estar solo toda tu vida y que pena porque cualquier día de estos vas a pillar una enfermedad y te vas a morir’. Cuando tienes 20 años y te dicen eso… es duro»
En Convergència Democràtica de Catalunya, partido antecesor del PDeCAT, mandaban los Pujol, con Marta Ferrusola a la cabeza, que llegó a afirmar en la televisión catalana que la homosexualidad era «un vicio, un defecto, una tara o la suma de todo ello». ¿Por qué entraste en un partido así? Al PDeCAT cuesta seguirle el rastro, pero sí es cierto que es un partido con algún problema de desinhibición de dogmas. Convergència, como su propio nombre indicaba, era un espacio político en el que fueron a parar tradiciones ideológicas muy dispersas: grupúsculo de liberales, democratacristianos, conservadores, nacionalistas, pujolistas y algún ultra como la persona que comentas… Era una fórmula compleja pero de éxito.
Como gay y cristiano, ¿esperas algún milagro de la Iglesia Católica? Efectivamente, me he educado en una familia cristiana y aunque no soy muy practicante, la verdad, nunca me he visto obligado a prescindir de mis convicciones por ser gay. Digamos que soy un cristiano progre más pendiente de las cuestiones espirituales que de las litúrgicas. Creo que el Papa Francisco va en una muy buena dirección para que la Iglesia Católica deje de caer en la tentación de sobredimensionar la importancia de la carne a costa de menospreciar la trascendencia del espíritu.
¿Te metiste en política con la intención de abanderar la lucha gay o no? Si en vez de vivir en Figueres hubiese vivido en Londres habría intentado ser alcalde de Londres. Entré en política porque mi actitud vital me obliga a comprometerme con mi entorno, es una especie de fuego interior que me lleva a pelear por las cosas que son de todos… movimiento gay incluido.
¿A qué edad te diste cuenta de que eres homosexual? ¿Fue duro? Siendo un adolescente, tendría 16 o 17 años. Los primeros años lo viví con discreción. No tengo recuerdos de experiencias traumáticas, quizá, como máximo, mi padre, que era un hombre muy distante con este tema, pero no hostil, prefería no saber. Cuando acabé la carrera empecé a ser yo mismo, pero siempre desde cierta discreción, después de todo soy un chico de provincias.
¿Qué te daba más miedo de ser gay? Bueno, pues evidentemente que estabas construyendo un estilo de vida que poco tenía que ver con los cánones en los que te habías criado, rodeado de prejuicios. En la primera conversación que tuve con mi madre, ella me dijo: “Qué pena porque vas a estar solo toda tu vida y qué pena porque cualquier día de estos vas a pillar una enfermedad y te vas a morir”. Cuando tienes 20 años y te dicen eso… es duro.
Hablemos de la visibilidad. Cuando uno es personaje publico —da igual que sea actor, cantante, deportista, político…— y es gay, ¿tiene la obligación moral de hacerlo público en honor a los pelearon por nosotros y a favor de los que vendrán? Sí. Estoy totalmente de acuerdo contigo. Respetando a algunos compañeros que no han tomado esta opción, creo que los ciudadanos deberían desconfiar de aquellos políticos que en un tema tan relevante como la configuración de tu propia identidad no tengan la fuerza moral y la honestidad para ser francos y honestos. Si ya empiezas tu carrera disimulando quien eres en realidad, escondiendo tu naturaleza, no sé si serás una persona de la que me pueda fiar.
¿Tu presente en la empresa privada es un adiós para siempre a la política? Bueno, el futuro no está escrito y es evidente que yo tengo esa vocación, ese fuego interior, que supongo que no se pierde nunca. Lo que tengo claro es que no parece que haya demasiadas posiciones moderadas en la política catalana en las que mi perfil encaje ahora mismo. Por otra parte, mi chico está encantado de que haya dejado la política. (Risas).