“¡Ay no, por Dios, no me apriete usted así! ¡Ay, por favor, que me siento morir! Tenga usted en cuenta que mira mamá y si se fija nos regañará”. Con estas palabras cantaba hace más años de los que podemos recordar, la cupletista Lilián de Celis a aquellas tardes de té en el Ritz en el que tras el sorbeteo pertinente solía hacer mil locuras que la llenaban de miedo y rubor. ¿Y ahora qué? Tras la noticia de que el próximo 28 de febrero el Ritz cerrará sus puertas hasta finales de 2019, para acometer una renovación que llevará a al grupo Mandarin Oriental Internacional Limited a desembolsar nada más y nada menos que 99 millones de euros, no podemos por más que sentirnos melancólicos por el fin de una época, a la deriva por dejarnos sin brunch de los domingos y expectantes ante la idea de que el nuevo proyecto siga exudando esa magia palaciega de cenas, fiestas y encuentros de bien.
Desde su apertura en 1910, el Ritz fue testigo de excepción de aquellas veladas en las que Frank Sinatra amenizaba las charlas nocturnas al borde de un piano blanco que el hotel prepara para él, los paseos de los duques de Windsor por sus jardines, las divertidas salidas por la trasera de Elizabeth Taylor para que la prensa no la persiguiera, los disfraces que Leslie Howard se marcaba para pasar desapercibido, la celebración de la primera boda de Antonio Banderas con Ana Leza, los tragos hasta la madrugada de un Cary Grant en todo su esplendor, los increíbles agasajos a Placido Domingo o Cindy Crawford por parte de la directiva, la obsesión de Barbra Streisand por no salir (apenas) de la habitación o, incluso, la vez que Ava Gardner llegó a convertirse en persona non grata para el hotel por su exacerbada pasión por el sexo y las copas con misterio.
Una era de célebres, famosos, anónimos, aristócratas, reales y algún que otro díscolo huésped más que pone su broche de oro para comenzar a reescribirse una segunda parte tras las obras. Una nueva vida, la de este edificio que aún huele a Belle Epoque y que, gracias a la labor del arquitecto Rafael de la Hoz y los diseñadores de interiores Gilles & Boissier, mantendrá el estilo que imprimió su fundador César Ritz pero con una pátina de modernidad y contemporaneidad que le convertirá en el nuevo place to be en la ciudad.
Un Madrid que se reinventa como las buenas tendencias, un punto de encuentro empresarial/cultural/social que coge fuerzas y un futuro que se paladea más exclusivo (si cabe) con esta joya hotelera que un día negó el paso a Michael Jackson (y sus mascotas) y donde sus huéspedes finales ya apuran los últimos Dalitinis (el Martini inspirado en Dalí tras haberse cortado con la copa que lo contenía y disimular como si fuera una de sus excéntricas creaciones). Y aunque 100 años lleguemos a vivir, no olvidaremos las tardes del Ritz.