A simple vista podrías creer que estos chicos son un grupo de jóvenes que se reúnen como tantos otros y que, según parece, no se privan de nada. Guapos, bien tuneados, felices y con oficios (con mucho beneficio) que no les quitan la sonrisa ni les provocan depresión cada vez que tienen que ir a trabajar. Pero hay algo más. En esta imagen, inmortalizada con nocturnidad y alevosía, aparecen dos de los hermanos de una saga de esas que llevan toda la vida, dos de los guapos más guapos de su generación a los que les regalaron una serie de talentos y ellos han sabido multiplicarlos por infinito. Hablamos de los Ferragamo, dos italianos a los que nos es es muy complicado resistirnos.
Hijos de Leonardo Ferragamo (el 5º hijo de los 6 que tuvo el visionario y zapatero Salvatore), Edoardo y Riccardo (fiu, fiu) se han convertido en la mejor herencia que esta familia de florentinos reconocidos en el mundo entero pudiera ofrecernos. Al igual que otras sagas como los Kennedy, los Agnelli o los Arnault que se encargaron de fumigarnos con buen gusto, elegancia, belleza inalcanzable y ese puntito terriblemente canalla que siempre engancha tanto, los Ferragamo han sabido cubrirse las espaldas de un modo que nadie puede decir de ellos que son hijos de papá, hijos de abuelo.
Riccardo estudió en Miami, volvió a Florencia para estudiar administración de empresas en la American University y para aprender el mundo de los negocios desde dentro, desde la propia empresa familiar. Una labor que, unida a su trabajo en los departamentos de marketing de alguna que otra empresa de moda más, le permitió involucrarse en proyectos inmobiliarios en su ciudad natal siendo contratatado durante un año por la consultora McKinsey. Una trayectoria laboral de lo más completa que ha sabido canalizar junto a su gran amigo y compañero de aventuras surferas Niccolo Bagarotto, creando Veggie Wave, un proyecto de lo más healthy basado en una serie de pequeños kioscos móviles por las playas de Portugal en el que ofrecer zumos y batidos naturales, elaborados sin necesidad de electricidad y sin plástico como continente. Una nueva ola que coge con demasiadas ganas como para dejarla pasar y que en un años piensa exportar a Europa.
A Edoardo, por su parte, siempre le gustó tocar la guitarra. Comenzó a los 13 años como cualquier otro joven y a los 16 supo que lo suyo era eso. Estudió en el Berklee School de Boston, como sabéis una de las escuelas de música más famosas y maravillosas del mundo, y desde ese momento su carrera ha ido evolucionando a golpe de ritmos pop (en inglés, no en italiano). Ahora se le conoce como EDO que, a su vez, son las siglas de Electronic Dance Organization, algo que le viene muy al pelo siendo músico y productor.
Mientras que a Edoardo vive en Nueva York y solo pasa por Florencia para volver al regazo familiar y recargar pilas, Riccardo sabe que al final acabará en la cuna del Renacimiento porque sabe que aunque se siga preparando en el extranjero, todos esos conocimientos debe ponerlos al servicio de su ciudad que está más necesitada que nunca.
Ambos aman su familia, creen en lo importante que ha sido para poder desarrollarse cada uno en lo suyo pero mientras que Riccardo sí que ha dado sus pasitos dentro de la empresa familiar, Edo cree que tiene familiares más preparados para evolucionar dentro del negocio que levantó su abuelo en los años 30. Nosotros nos quedamos con que en un tiempo en el que vivir de las rentas es la perfecta evolución de las nuevas generaciones que se han encontrado la mesa puesta, Riccardo y Edo, Edo y Riccardo han sabido aprovechar todo lo que han tenido a su alcance para que en un futuro sea más que una famosa marca de zapatos o ropa estupenda… habrá que preguntarles en unos años. Y eso sin contar con que están tremendos. ¡Ay! Si es que ya lo decía Luís Venegas: “Italians do it better”. Suscribimos embobados.