“Recuerdo que siempre sentía que iba a hacer algo grande. Es lo mejor que puede pasarle a un niño. Intentas hacer todo tipo de cosas. No dices nunca que es imposible, no puedo hacerlo, no estoy hecho para esto…” contaba hace unos años Tom Wolfe. Y qué razón tenía. Con la despedida de Wolfe al mundo más terrenal, perdemos una de las plumas más incisivas del Nuevo Periodismo, aquel que permitió que nuevos aires entraran en las rotativas.
Nada nos hacía presagiar que tan pronto perderíamos a aquel hombre de planta virginiana y maneras de otra siglo que no solo supo hacerse un nombre en el periodismo sino que se encargó de que su particular estética se anticipara a lo que sus textos podían llegar a provocar en el público: irritación.
De padre agrónomo y madre diseñadora, muy pronto tuvo que claro que lo suyo eran las letras (aunque tras graduarse en la Universidad de Washington el béisbol le tentara). Colaborador de The Washington Post, Enquirer o New York Herald, su pasión por reivindicar a Balzac hizo que desde entonces se le conociera como El Balzac de Park Avenue. Era demócrata, ateo, incisivo, muy snob y sus textos desprendían ese brillo del periodismo de altura con una pátina de mejor novela. Lo llamaron, Nuevo Periodismo.
Pasó de ser progre a reaccionario y desde su bien ganado trono curtido a base de best sellers y textos que bien se merecían el premio Nobel de Literatura criticó a mansalva a la cultura pop, a la neurosis social, a la falsedad y postureo fatuo y a todo aquello que no entrara en su armario de trajes de lino blanco impolutamente colocados.
Fue maestro (lo seguirá siendo) para muchos, aplaudido y también criticado pero con su servilleta ya doblada no podemos por más que situarle en el altar que debe ocupar junto a otros grandes como Tennessee Williams, Truman Capote, Gay Talese (aún vivo), Woodward y Bernstein o Jack Kerouac. Un hombre que supo mostrar cómo el contexto social influía en la psicología personal, teniendo siempre claro que la única cura contra la vanidad era, sin duda, la soledad. Palabras de un grande. ¡Hasta siempre!