Son muchos los rincones del planeta que se arrogan la condición de jardín del Edén. Nosotros conocemos unos cuantos. Pero todos han quedado desbancados tras siete días y 1.675 kilómetros de singladura por las exuberantes y hermosas tierras de la gran península mexicana. Volvimos diferentes y con una idea renovada de lo que el lujo debe ser.
Los mayas nunca fueron auxiliados por seres extraterrestres. Cuanto lograron se debió a su ingenio y a su trabajo. Los mayas tampoco desaparecieron. Abandonaron algunas ciudades para fundar otras nuevas y, a partir del siglo XVI, la fusión de mayas y europeos dio vida al sureste de México. Hoy, los mayas habitan en muchas comunidades rurales o se han integrado en ciudades y pueblos de tradición occidental, enriqueciéndolos son su legado histórico y cultural”. Esta leyenda recibe a los visitantes en el acceso a las milenarias ruinas arqueológicas de Edzná. No es el comienzo de nuestro periplo por la península de Yucatán y el mundo maya, pero sí toda una declaración de principios que habla con orgullo de su pasado y que no permite que nada ni nadie le haga de menos.
Vamos por partes. Estas páginas pretenden ser un acicate para que cuanta pareja —gay o no gay— que vaya a casarse en 2018 se plantee seriamente una luna de miel auténtica e inolvidable. Vamos a recorrer juntos 1.675 kilómetros circunvalando y atravesando un fascinante territorio cuya misión es separar el mar Caribe del Golfo de México. Vamos a recorrer los estados de Quintana Roo, Yucatán y Campeche conduciendo nuestro propio vehículo y, sobre todo, vamos a conocer los lugares y las personas increíbles que hoy habitan lo que fue el gran reino de los mayas, la civilización más avanzada de su época. Advertimos de antemano que amamos México y que volvimos de este viaje, si cabe, más entregados a los nobles corazones de su gente y a la poderosa belleza de sus rincones únicos.
La península de Yucatán —de unos 125.000 km²— carece de montañas o ríos. Toda el agua que el cielo regala, normalmente en forma de trombas tropicales, se oculta al instante en el suelo calizo dando forma a un enjambre imposible de cuantificar de corrientes subterráneas y cenotes (grandes hoyos de agua a cielo abierto, semiabierto o cerrados). Millones de millones de litros de agua dulce que acabará en el mar. Estamos bajo un clima subtropical en el que predominan un 85% de humedad y una temperatura media anual de entre 24 y 28 grados. El paraíso.
El 1 de marzo de 1517, Francisco Hernández de Córdoba arribó a las costas de Yucatán para mayor gloria del Imperio español. Los mayas llevaban allí desde el 2000 a.C., el llamado periodo arcaico.
Nosotros tomamos tierra tras un vuelo plis plas de Wamos Air que se podría resumir en: cabina business, un par de ricas comidas, dos películas, tres capítulos alguna serie absurda y buena lectura. Tras aterrizar en el aeropuerto de Cancún, en el Estado de Quintana Roo, sin prestar atención a los excesos del desarrollismo con pulsera todo incluido, pusimos rumbo hacia el fantástico hotel Andaz Mayakobá. Mayakobá son 650 hectáreas de puro lujo, perfectamente integrado en el manglar litoral, impulsadas por el español Juan Miguel Villar Mir, de OHL. Cuatro hoteles impresionantes y uno de los mejores campos de golf de Norteamérica conviven allí.
El pueblecito de Bacalar, al sur del Estado de Quintana Roo, lejos del bullicio de Tulum, guarda un hermoso secreto: la Laguna de los Siete Colores, siete azules increíbles atrapados en agua dulce, procedente de la selva, que van declinando a lo largo del día. Un precioso y frágil ecosistema salpicado de cenotes. No importa si el cielo se desploma sobre ti, sumergirse en esta paz tiene mucho de ritual purificador.
Tras una primera noche a cuerpo de rey… maya, emprendemos rumbo al pueblo mágico de Valladolid, en el Estado de Yucatán, un lugar detenido en el tiempo con un entrañable pasado colonial. Las visitas al Convento de San Bernardino de Siena, la iglesia de San Gervasio o el Museo de San Roque son obligadas. No muy lejos nos enfrentamos a nuestro primer gran momento con el glorioso y monumental pasado maya: la pirámide de Chichén Itzá, maravilla de la humanidad. El eco de sus juegos de pelota y los rituales junto al gran cenote sagrado excitan nuestra imaginación y alimentan el alma. Al caer la tarde, en medio de una impresionante y protectora tormenta tropical llegamos a la Hacienda Xcanatún, cerca de Mérida, capital del Estado. Esta preciosa propiedad, antigua casa principal de una plantación que antaño se dedicó a la explotación de henequén —el llamado oro verde, fibras textiles extraídas de la planta del agave, la misma de la que se obtiene pulque, mezcal o tequila— es hoy un encantador hotel de sabor colonial en el que celebrar, sin duda, bodas de inolvidables.
Despertamos en Mérida, ciudad que se vertebra en torno al Paseo Montejo, suerte de Campos Elíseos tropical flanqueado por fastuosas mansiones de inspiración europea por obra y gracia del henequén. Las maravillas no han hecho más que empezar. Siguiente escala: Hacienda Chablé, hábilmente posicionada en internet como el mejor hotel del mundo… sin duda, uno de los diez mejores. El oro verde también levantó los muros de esta maravilla decimonónico-tropical en torno a la que hoy encontramos varias villas modernas de ultralujo, así como un glorioso spa en la que los rituales mayas de purificación juegan un papel decisivo.
Conquistar los 45 tortuosos metros de escalones irregulares que llevan hasta la cumbre de la pirámide II, en la yacimiento prehispánico de Calakmul, tiene premio. Arriba, en la soledad de la cima, bastará con dejarse llevar por el mayor espectáculo del mundo: la vida y el fascinante latido de la selva.
Cambiamos de estado para entrar en Campeche, tierra de carácter entrañable que mira a un golfo de aguas perezosas. El Museo Arqueológico de San Francisco de Campeche, la capital, preserva joyas precolombinas que ayudan a entender mucho mejor la dimensión de la gloria maya. Un almuerzo y un baño en la piscina de la Hacienda Uayamón, construida entre las soberbias ruinas de una antigua fabrica de henequén, nos reconcilian con la humedad y nos preparan para otro de los grandes momentos de esta singladura: la zona arqueológica de Calakmul, una de las ciudades prehispánicas más sobresaliente del periodo clásico maya. Ojalá tengas suerte y escuches, cuando hayas conquistado la cima de la pirámide principal —la estructura II, 45 metros de escabrosos peldaños—, la reyerta territorial entre dos machos de mono araña de manos negras. Sus aterradores chillidos se sumarán al estremecimiento generalizado de tu alma en éxtasis. Estás en la cumbre del exquisito y evolucionado mundo maya y a tus pies, en la inmensa reserva de la biosfera que te rodea, miles de especies —como el jaguar— viven ajenas a la maldición de la globalización y la ansiedad contemporánea.
Este viaje aún nos reserva dos sorpresas y un reencuentro largamente esperado de vuelta a Quintana Roo. Entre las primeras: el Rosewood Mayakobá —hotel superlativo de villas con servicio de mayordomía a las que se accede vía bote por el manglar hasta tu propio embarcadero… repetimos: propio embarcadero— y la increíble Laguna de Bacalar o Laguna de los Siete Colores (azules), con sus impresionantes cenotes de agua dulce… la misma que ha llegado, subsuelo mediante, desde el corazón de la selva. ¿El reencuentro largamente esperado? Tulum, templo maya sobre el mar en el que por primera vez, hace ya muchos años, sentimos la certeza de que en este planeta hay lugares realmente mágicos capaces de reconectarte con tu esencia. Respira. Es tu momento. Estás en el paraíso. Estás en México.
Agradecimientos: WAMOSAIR.COM/ES, VISITMEXICO.COM/ES Y MUNDOMAYA.TRAVEL/ES.
Fotografía: Ana Caballero (para VISITMEXICO.COM/ES) y Fruela Zubizarreta.