Paco León (Sevilla, 1974) provoca empatía al instante. Podría ser otro actor engreído de esos que piden que les regales la ropa de la producción de moda, de los que te exigen que les envíes las preguntas por adelantado para que las conteste su representante o de los que, por supuesto, jamás dan las gracias. Pero no, Paco León es todo lo contrario, es la antítesis de la tontería y la vanidad. Es un hombre sereno y educado que pregunta cómo te va porque le interesa saber cómo te va. Está en otro nivel, muy por encima de la mamarrachada patria. Quien espere alguna reminiscencia de los personajes alocados que le encumbraron —el Luisma de Aida o la Raquel Revuelta y la Anne Igartiburu de Homo Zapping— se decepcionará. Como todo gran cómico, Paco León transmite cierta melancolía y la certeza de una inteligencia y unas capacidades superiores. Es un soñador con todas las herramientas para triunfar. Y ahí está, discreto y constante, dirigiendo, escribiendo, produciendo y actuando. Paco León camina por una edad estupenda, la del equilibrio. Toca hablar de cine y series, de proyectos e ideas, de hacerse mayor y de la vida, así, en general.
Estás en plena producción de tu próximo proyecto, la serie Arde Madrid para Movistar+, pero antes estrenas La tribu, de Fernando Colomo, una película de buenos sentimientos en la que un ejecutivo cabrón, tú, se redime tras perder la memoria y acabar en una escuela de baile de la periferia barcelonesa. ¿Qué te gustó de esta historia? Es la típica propuesta a la que tienes que decir que sí al instante, principalmente porque está Carmen Machi, porque dirige Colomo, porque el guión es de Yolanda García Serrano y Joaquín Oristrell y porque produce Fernando Bovaira. Quiero decir, cuando se juntan cinco fenómenos como éstos, cuando tienes tantos espadas juntos, ya hay una garantía de que algo bueno va a salir y de que, al menos, te lo vas a pasar bien.
Lo cierto es que te pasas media película bailando ritmos actuales y sorprende lo bien que se te dan. ¿Te costaron mucho las coreografías o eres bailón por naturaleza? He bailado profesionalmente: contemporáneo, flamenco, danzateatro… Siempre he tenido cierta facilidad, pero nada que ver con esto del street dance. Es la primera vez en la que me enfrento a algo así. Todo gracias a Maribel del Pino, que es una maravillosa coreógrafa y hace de sí misma en la película. Yo no tenía ni idea de lo que eran el popping, el krumping o el locking. Y aquí me tienes. (Risas). Hay muchas horas de ensayo en esta película, muuuchas.
Ya que hablamos de nuevos caminos, tu personaje en La peste (la última serie de Movistar+), Luis de Zúñiga, poco tiene que ver con los roles a los que nos tienes acostumbrados. Ha sido una de mis mejores experiencias interpretativas recientes, sobre todo porque me ha permitido salir de la comedia. Luis de Zuñiga es un personaje denso en medio de un thriller histórico ambientado en la Sevilla del siglo XVI. Con él he probado el minimalismo de los gestos, que era algo que tenía pendiente. El tipo es un poco hijo de puta y me lo he pasado en grande con él.
¿Se te han resistido los papeles de duro? Un poco. La verdad es que para mí es un gusto ver cómo vas creciendo, cómo te vas haciendo mayor, y empiezan a pegarte otro tipo de personajes.
Volvamos a Arde Madrid, serie sobre los días de la actriz Ava Gadner en el Madrid de los años 60, que actualmente diriges y en la que también actúas. La hemos escrito entre mi chica, Ana Rodríguez Costa, Fernando Pérez (Kiki, el amor se hace) y yo. Es una historia que llevábamos muchísimo tiempo esperando hacer realidad. Está centrada en una anécdota de 1961, cuando Ava Gadner vivía en Madrid, aunque los protagonistas principales son los empleados domésticos al servicio de la actriz que, por cierto, coincide como vecina de Juan Domingo Perón, el general argentino recién exiliado. La historia se cuenta desde el punto de vista del servicio, con un jefa desatada en plena dictadura de Franco, y un desfile de aristócratas, artistas, ricos y extranjeros. Los bon vivant de la época, vaya, todo el día de after entre el Chicote y el Villa Rosa.
¿Sólo va a haber una temporada? De momento estamos preparando ocho capítulos, con principio y fin. No sabemos qué va a pasar, nunca se sabe. Pero si la primera temporada funciona tenemos perfectamente pensado qué debería ocurrir en la segunda.
Hablemos de ti. ¿Por qué te fuiste de Sevilla? Mi historia no es la típica del chico de provincias con inquietudes que se va a la capital para buscarse la vida. Lo siento. (Risas). Yo estaba en Sevilla trabajando divinamente. No me podía quejar, me iba muy bien… hacía teatro, danza y trabajaba en Canal Sur. Pero me salió un trabajo en Barcelona, la serie Moncloa, ¿dígame?, para TeleCinco. Luego pasé por Madrid, para actuar con el Centro Dramático Nacional. Volví a Barcelona porque llamaron para hacer un programa con un nombre muy raro, Homo Zapping, casi nada, y gracias a eso me llamaron para trabajar en Aida y ya me instalé en Madrid. Quince años llevo aquí.
«España es un país donde las cosas se asumen con naturalidad real. Y venga, que ya, que todo el mundo a aceptar que cada uno se acuesta con quien le sale del nabo»
¿Qué balance haces de estos años tan intensos? ¿Imaginabas que algo de todo esto podría pasar? No, la verdad. Pero sentía que algo tenía que ser. Lo de la fama es un accidente, sin duda. Tú te dedicas a trabajar y entonces te toca una serie o un programa que te sitúa y te hace famoso. La única realidad es que detrás hay mucho trabajo. Además, yo siempre he luchado por proyectos propios. Soy muy proactivo, cuando tengo trabajo y cuando no. Ahora que me va bien intento utilizar esa fama, ese accidente, para sacar adelante mis cosas. Siempre estoy metido en camisas de onces varas, como ahora con Arde Madrid. Y me digo, por qué no te dedicas a actuar con lo tranquilito que estarías, con tus diálogos y tus frasecitas. Pero no. No soy de esa pasta. Yo soy más de salir de mi círculo de confort y de complicarme la vida.
Hablemos de Carmina, esa fascinante fuerza de la naturaleza que es tu madre. ¿Carmina quería ser actriz y te inventaste una película para ella? ¡Qué va! Ella no quería ser actriz ni nada. Tampoco me costó mucho convencerla para que lo fuese, la verdad, porque ella me sigue en lo que yo le diga, y le dije: “¿Serías capaz?”, y me contesta: “Capaz y capataz”. (Risas). Está encantada, sobre todo porque a sus sesenta y pico años ha encontrado una vocación, algo que se le da bien. Y lo sabe. Le parece un chollazo. Y le encanta que la lleven y la traigan, que le den de comer, que le paguen… La profesión de actriz le parece un maravilla. (Risas). Le han salido papeles más allá de mí, ha hecho publicidad, una serie… Hacer como ella es un lujazo: escoge sólo lo que le viene bien, lo que le pilla cerca de casa. ¡Mi madre es una diva!
Todos los que coincidisteis en Aida estáis ahora en momentos profesionales estupendos. ¿Qué energía se juntó ahí? Lo primero de todo, hay que hablar de un señor muy estupendo que se llama Luis San Narciso, el cazatalentos más importante de este país, tanto en Siete Vidas, serie en la que apostó por gente que no conocía nadie —como Javier Cámara, Anabel Alonso o Carmen Machi—, como en Aida, donde nos juntamos Eduardo Casanova, Mariano Peña, Ana Polvorosa, Marisol Ayuso, Melani Olivares, Miren Ibarguren… Un casting maravilloso que nos ha permitido a todos tener un después.
Hablemos un poco más de la fama, ¿cómo es la tuya? Yo lo que percibo es bastante cariño de la gente, cariño sincero También hay groupies en plan “¡Ah! Mira, un famoso” que se creen con derecho a utilizarte como si fueras un servicio público, como quien para un taxi. (Risas). En general, percibo un cariño sincero y respetuoso de una forma natural. Me siento bastante querido y eso es un lujo.
¿El personaje de Luisma ha llegado a pesarte? Siempre estará ahí y no es algo de lo que me quiera deshacer. Afortunadamente, he hecho muchos papeles después de Luisma y espero seguir haciéndolos. Pero, vamos, que es uno de mis personajes más importantes y siempre le tendré cariño. Hablando con Carmen Machi de esto, los dos coincidimos en que nos tocó la lotería.
Y un día vas y declaras que eres bisexual. ¿Por qué lo hiciste? No lo declaré. Me han llegado a decir que por qué lo confesé. Uno confiesa sus pecados y yo no he pecado. Yo estoy libre de pecado. Simplemente salió en una conversación y, a veces, es difícil marcar la línea entre qué decir y qué no. Yo soy bastante pudoroso con mis cosas, sobre todo porque quiero tener la libertad de hacer lo que me de la gana sin que nadie me diga nada. No tengo nada que ocultar. He tenido novios y novias, y ya está. Tú ata los cabos. (Risas).
¿Seguimos siendo un país mojigato en estas cuestiones? Creo que no. Cuando sales fuera, cuando vas a Francia o Italia, que son tan sofisticados y modernos, te hablan del matrimonio gay como si fuera una lucha, te das cuenta de que los modernos somos nosotros y de que en España todas estas cosas se aceptan ya con naturalidad real; en fin, siempre hay becerrucos, pero qué le vamos a hacer. Aquí cualquier padre o abuela está encantado de ir a la boda gay de un hijo o un nieto. Tenemos mucho ganado, el único camino ahora es el de la naturalidad. Y venga, que ya, que todo el mundo a aceptar que cada uno se acuesta con quien le sale del nabo.
Fotografía: Raúl Córdoba Moda: David & Sofía