El enfant terrible del vanguardismo del siglo XX desembarca en nuestro país para hacernos enmudecer con sus paisajes, sus retratos y ese sentimiento de lucha contra viento y marea para que el sentimiento se imponga a cualquier tipo de razón.
Con tan solo 22 años, y en la Austria de principios del siglo XX, Oskar Kokoschka comenzó a despuntar. Su arte nacía de la más básica necesidad de expresarse y de reflejar un talento que evolucionaba de manera autodidacta. Una evolución con la que saltaba de aquel art nouveau tan decorador al expresionismo más guerrillero de las galerías a los museos.
Hoy, el Museo Guggenheim de Bilbao le recibe con honores, hasta el próximo 3 d septiembre, para acompañarlo (y que él a su vez nos acompañe a nosotros) a través de una muestra de su historial artístico hasta su muerte en aquel febrero de 1980. Una exposición, en colaboración con el Musée d’Art Moderne de Paris, con la que descubrir las distintas corrientes que durante más de ocho décadas tocó el pincel y la pluma de este pintor y poeta austríaco.
Una retrospectiva completa y muy cuidada donde la libertad más explosiva de este artista «mentalmente inestable», que dirían tras ser herido durante la I Guerra Mundial, sin miedo a nada ni a nadie. Ni a los nazis. Ellos decían que su arte era un arte degenerado. Ya sabemos cómo quedó la balanza. ¡Gracias, Museo Guggenheim! ¡Cuánto bueno, Herr Kokoschka!