Cualquier excusa es buena para hacer las maletas y abandonar el hogar por unos días. Un tiempo, el de Semana Santa, que nos invita no solo al rezo y a la procesión, sino también a la desconexión más absoluta en la montaña o frente al mar. Ganas, nos sobran.
¿A quién no le gusta una casa señorial de principios de siglo XX? Pues a nosotros, de ahí que no podamos resistirnos a la sola idea de pasar unos días en Angelats Hotel, un muy coqueto complejo en pleno Pirineo Catalán, donde los problemas se quedan fuera.
Un hotel de estilo victoriano, perteneciente a la familia Batlló, donde entre suelos de madera, dobles carpinterías, arcos y grandes ventanales, granja y piscifactoría propias disfrutar de cualquiera de sus 17 habitaciones, pensadas para explorar no solo el entorno ecológico, que te reseteará esos pulmones, sino también esa gastronomía local tan apetecible.
De ahí, que no podamos pasar sin hacer acopio de los ricos platos que desfilan sobre las mesas de esa capilla familiar reconvertida en La Santa, su restaurante, desde donde agradecer al de arriba este puñado de días tan píos, con los que desafiar a la rutina más gris. No te lo pensarás ni medio segundo.
Claro, que si lo tuyo es otro tipo de planes, también te aconsejamos…
Santa Catalina
Las Islas Canarias resultan de lo más atractivas si se dispone de tiempo de sobra para olvidar que hay que regresar a casa. Por eso, este emblema de Las Palmas de Gran Canaria nos llama como un imán a ese lujo y clasicismo isleño que por allí se gastan. Un hotel junto a la Playa de Las Canteras y de Vegueta (todo nos recuerda a Akira Toriyama), donde pasar estos santos días acompañado por el Atlántico. Jornadas a la fresca frente a las tierras que tanto pintó César Manrique, sobre las que escribió Pérez Galdós y de las que se enorgullece la cadena Royal Hideaway Hotel, que tiene en el Santa Catalina, un oasis al que seguir volviendo.
Hotel Santa Marta
Con vistas a la Costa Brava y entre aquellos pinos mediterráneos que inspiraron, en su momento, a un prolífico Joaquín Sorolla, este hotel sesentero (totalmente remodelado) y sus 76 habitaciones se erige como uno de los destinos más apetecibles si tienes mono de mar. Unos días entregados al descanso, la tranquilidad y a un buffet pantagruélico a un tiro de piedra de la Punta des Canó y la Punta de Llevant, que tantos buenos ratos nos pueden ofrecer. Chapotear en su spa, disfrutar de un masaje Shiatsu, hacer yoga, acabar en su sauna seca o en el hammam después de una sesión de running o entretener al paladar en los restaurantes SantaMar y 58, su espacio gastronómico top, serán tus más complejas distracciones.
Casa Lucía
Sabemos lo mucho que te gusta cruzar el charco, por eso te ponemos los dientes largos con la última perita en dulce en llegar a la familia Único Hotels. El mítico Edificio Mihanovich, en la elegante calle Arroyo de Buenos Aires, se erige como perfecto partner in crime de unos días donde el ocio se siente al ritmo que la escena porteña marca. Los años 30 (del siglo XX) mejor custodiados y mejor servidos en un enclave de excepción con el Río de la Plata dándote los buenos días, su restaurante Cantina agasajándote con estupendas milanesas y las obras de Cristián Mohaded, Marc Zimmerman o Cristina Codern haciéndote de tu estancia en Casa Lucía algo de lo más arty y cautivador. ¿Terminamos el día con un coctelito del barman Martín Suaya?
Barceló Benidorm Beach
Si tu alma retro no la puedes remediar, mejor será que decidas pasar unos días en este hotel por el que no pasan los años (ni aquellas décadas de los 60-70). Una parada obligatoria si te quieres dejar caer por la costa alicantina y quieres disfrutar el estilo kitsch de una ciudad tan querida como necesaria. Una explosión de color, batiburrillo de estilos que funcionan y espacios entre lo moderno y lo vanguardista que mantendrán tus horas ocupadas mientras decides si darte un chapuzón en la piscina, en el mar o lees lo último de Bret Easton Ellis hasta que caiga el sol.
Monte la Reina
A solo diez kilómetros del municipio de Toro (Zamora) y ocupando nada más y nada menos que 1.400 hectáreas, los dominios de Carolina Inaraja imprimen un sello de lo más familiar a una denominación de origen marginada por añeja y desactualizada. La creatividad y el talento de Inaraja no solo ha hecho de ella la bodeguera más joven del terroir de la zona (o la propietaria de algunos de los viñedos más antiguos de España), sino que nos ha permitido conocer unos vinos de rotunda personalidad y un poso en boca que los hace tan indispensables como irresistibles. Tanto o más como el palacio neogótico del siglo XIX donde disfrutar de unos días de retiro frente a la basta Vega del Duero. Un hotel boutique de lo más coqueto y pintón con todas las facilidades para ver pasar las horas sin aburrimiento y en un entorno donde recuperarás la inspiración. El vino no te faltará, eso seguro.
¡Buen viaje!