El mundillo fashion vuelve a estar de luto; Emanuel Ungaro dobla la servilleta y la huella que deja solo se podría entender como cualquier otro clásico de la moda que supo dar a los 80 y 90 la mejor arma para que las mujeres supieran enfrentarse al hombre de manera sibilina pero sin echarse un paso hacia detrás.
Alejado de la aguja y dedal desde hace más de 15 años, Ungaro siempre estuvo ahí. Su estilo nada predecible y alejado de cualquier convencionalismo supo imprimir el sentimiento de un elenco de mujeres que sin querer perder su femineidad se adaptaba a tiempos en los que tenía que pisar muy pero que muy fuerte con la misma precisión con la que un cirujano usa su bisturí.
Tenía 22 años cuando viajó a París desde la Provenza francesa. Su idea era evolucionar las enseñanzas de su padre, sastre, y triunfar en el oficio pero siempre al servicio de las damas. Sus primeros pasos los dio junto a Cristóbal Balenciaga para proseguir junto a André Courrèges, años antes de convertirse en diseñador creativo de su propia fama que daría el salto a la pasarela en 1965.
Corrían los tiempos en los que aún las telas se ceñían al cuerpo, muchas veces de modo imposible, Ungaro supo despegarlas de manera evasé, redefiniendo el perfil de la mujer y liberándola en siluetas mucho más “oversize”; pero siempre desde el color, la extravagancia y una teatralidad que lo hacían deseable tanto para mujeres como para hombres que disfrutaban de las vistas.
Lauren Bacall, Jackie O, Catherine Deneuve y Marisa Berenson lucían sus creaciones y el sumaba más y más adeptos a un universo de Alta Costura hasta que en 1996 vende su firma a Ferragamo aunque sigue creando. Uno de sus últimos diseños fue el vestido de novia de Eugenia Martínez de Irujo que, sin duda, nos dejó a todos con la boca abierta. Un golpe de efecto que le sirvió para que su retiro fuera cada vez más dulce al ser recordado como un couturier que rozó el cielo con las manos y por muchas décadas más seguirá siendo ejemplo de los próximos patrones que vengan, como ya consiguiera con Giambattista Valli, su relevo más importante. ¡Hasta siempre, maestro!
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