Querido Miguel: sería injusto dirigirte esta carta solamente a ti, aunque hayas sido la inspiración. Por tanto, la hago extensiva también a Pablo (¡ay, Pablo!), Tom, Alfonso, Jon, José, George, Rafael, Hugh… y tantos otros gais que vivís aterrorizados dentro de armarios transparentes. ¿De verdad os produce tanto pánico decirle al mundo que sois homosexuales? ¿Sí? Pues permitidme que os comente que no os puedo entender. No. Me resulta imposible que a vuestras edades, posiciones y fortunas os andéis con estos miedos inexplicables.
Os digo esto, primero, porque os admiro, a cada uno en su disciplina. Y segundo porque, me consta, un buen día os pusisteis a pelear duro para sacar adelante vuestro fuego interior único, ese que sólo tienen los artistas. Y aquí es donde me descolocáis absolutamente. Salisteis al mundo y el mundo os adoró (os sigue adorando). Necesitabais ser el centro de todas las atenciones y lo conseguisteis. Ser adorados e imitados. No hay placer más dulce que el que proporciona la gloria del reconocimiento. Pero algo salió mal porque, a cambio, vosotros no habéis dado nada. Y no importa con cuantas organizaciones humanitarias colaboréis, no hablo de eso. Consiste en que os preguntéis qué habéis hecho vosotros por vuestros hermanos homosexuales. Miráis para otro lado, para no dar la cara, y al hacerlo ensuciáis la palabra libertad que ahora nos protege en este mundo occidental nuestro. Porque este respeto conquistado es consecuencia de generaciones y generaciones de sufrimiento, de mucha crueldad, de mucha ignorancia y de mucha falta de amor. Muchos quedaron en el camino o directamente fueron arrojados a la cuneta. Otros tuvieron que vivir con la cadena perpetua de no poder ser jamás ellos mismos.
Ser homosexual es un regalo que ha costado mucho. Han sido necesarios muchos siglos, muchos milenios, de ahorro para adquirirlo. Y vosotros decís ahora que no, que no lo sois. Y eso me provoca tristeza y hastío. Las libertades de hoy, la posibilidad de vivir en un país libre como el nuestro, que es divino, es fruto de muchos suplicios. Ser gay —que mis amigos me llamen marica no me molesta en absoluto— es como haber heredado una casa preciosa con un inmenso jardín cerca del mar. La heredas pero debes saber que sus escrituras están firmadas con sangre y desesperación. Por ello, tienes la obligación de defender la propiedad y hacerla crecer pensando en todos los que vendrán. Nada de fundir la herencia del abuelo, ¡a trabajar! Por eso, queridos Miguel, Pablo (¡ay, Pablo!), Tom, Alfonso, Jon, José, George, Rafael, Hugh… y demás, salid del armario transparente. Todos sabemos que sois gais, pero necesitamos sentir que apoyáis la causa.
Este Nº4 está dedicado a los valientes que dan la cara porque viven y sienten como son en realidad. Gracias Santi Vila (te veo feliz desde que no estás en política). Gracias Javier Calvo y Javier Ambrossi (os vais a casar y no me lo pienso perder). Gracias Paco León (eres divino, muy). Y mira, por cierto, gracias Miguel… Poveda por ser genial y haberte atrevido a gritarle al mundo que tú sí eres gay (¿cuándo hacemos esa portada impactante?). Gracias a los que sí. Infinitas.