En su tiempo, el escritor Oscar Wilde no es que fuera la persona más moral con la que compartir una partida de bridge. Las reglas del decoro de finales del XIX, le convertían en un ser indecente y pervertido que quebrantaba la ley punto por punto. Y es que ser simplemente homosexual y actuar como tal, le transformaba en un auténtico sodomita a ojos del gran y honorable público, lo que causó no solo el fin de su brillante carrera sino el comienzo de una violenta cruzada en contra de su nada ejemplarizante estilo de vida. ¿El resultado? Tres juicios por cometer actos de “grave incedencia” y un destierro en Berneval (Cárcel de Reading, Francia). Hoy, el proceso se convierte en nueva obra teatral: Gross Indecency.
Un drama humano creado en 1995 por el venezolano (pero con raíces estadounidenses) Moises Kaufman que supo llevarse de calle a toda la crítica del Off Broadway neoyorquino con una obra que bebía directamente de los extractos de obras y correspondencia del poeta y dramaturgo irlandés, así como las transcripciones de los juicios con los que el Marqués de Queensberry (padre de Lord Alfred Douglas, amante de Wilde) quiso acabar con la vida social del escritor. Un combinado teatral que vuelve a traer a primera línea de patio de butacas uno de los pleitos más famosos de la historia, pionero entre los juicios mediáticos que hoy conocemos.
Una obra que se salta, quizá, la manera por la que reconocemos una obra de autor, saltándose todo su convencionalismo, enfrentándonos a una pieza documental en la que Kaufman es un mero tejedor de hechos, que no crea diálogos sino que da conexión a una realidad pasada, en la que la acusación no lleva a una huida y sí a una reafirmación.
Una propuesta a medio camino entre lo social y lo puramente psicológico que nos regala a un Javier Martín que pese a tenernos acostumbrados a su lado más cómico, nos desvela su lado más dramático como un Oscar Wilde de una naturalidad que sobrecoge y unos silencios bien coreografiados e iluminados.
Una indecencia asquerosa y minimalista, dirigida por Gabriel Olivares, que también se encarga de adaptarla (junto a David DeGea) de la obra original, que consigue convertir a la sala Jardiel Poncela del Fernán Gómez, hasta el 8 de octubre, en epicentro del más puro teatro contemporáneo experimental, crítica a un ultraconservadurismo equivocado que aún pervive entre nosotros . ¡No se la pierdan!