Donatella Versace ha logrado reflotar la marca fundada por su hermano y convertirla tras su muerte en una de las pocas firmas independientes de la industria. Y todo lo ha logrado a golpe de talento, de carácter y de una estética muy personal. Porque, como decía La Agrado en Todo sobre mi madre: “Una es más auténtica cuanto más se parece a lo que ha soñado de sí misma”.

Dicen que quien miraba a la Medusa a los ojos se convertía en piedra, hasta que Perseo llegó a su guarida y le cortó la cabeza para convertirla en su escudo. La versión contemporánea del mito griego sería, si se cumplen todos los pronósticos, la de un Riccardo Tisci cada día más cachas, como un Harry Hamlin fashion, entrando en el cuartel general de Versace en Milán dentro de un año, cuando Donatella anuncie su retiro dorado… en sentido literal, ya que la hermanísima de Gianni es casi tan fan del glitter como Inma Contreras de Gran Hermano 7: “Me encanta el oro, me vuelve loca”. Oro en el pelo, en las joyas, en los dientes, en la piscina y, over the top, también en el jet privado. Donatella, cariño, te idolatro, pero llévate contigo toda la quincalla”, le dirá Riccardo sin mirarla a los ojos (entre otras cosas, porque desde hace años Donatella los oculta tras un palimpsesto de khol que redefine el concepto de smoky eyes). Sin embargo, hoy más que nunca, cuando imaginamos el momento de su defenestración creativa a manos del turgente Tisci —su entrenador personal, Ben Camara, se merece un lugar destacado en nuestro iconostasio de chulos modernos—, no podemos dejar de amarla. ¿Por qué? Porque es la última de su estirpe. Se la puede imitar, como ha hecho Penélope Cruz en el esperadísimo biopic de American Crime Story, a golpe de vulgaridad y kilos de peróxido, pero jamás se podrá reproducir ese genuino aire de Medusa de barrio que conquistó a su hermano y la convirtió en su musa absoluta: “Cuando pienso en diseñar para un tipo de mujer, irremediablemente pienso en ella. Si hay un tipo de mujer Versace, esa es Donatella, declaró en una entrevista. Es, como dijo Cecil Beaton acerca de Marlene Dietrich, un auténtico monstruo, en el sentido de una persona capaz de construirse a la medida de su imaginación.

Resulta fácil imaginarla saliendo del extrarradio más tirado, saltando sobre el cadáver de Passolini, en una especie de flashfoward —es decir, una analepsis pero hacia el futuro— de lo que sería el asesinato de su hermano en julio de 1997, a manos de un chapero psicokiller, Andrew Cunanan (nota bene: al equipo de guionistas de Dios, compuesto en un 99% por humoristas gais y el 1% restante por Rafael Azcona, se le ocurrió un giro de guión hilarante. “Oye, ¿qué te parece si la Policía de Miami detiene durante unas horas al hijo de Andrés Pajares, Andrés Burguera, después de confundirle con el asesino de Versace? ¿No resulta muy descabellado?”. “Para nada. ¡Es genial!”. La realidad, sin embargo, es muy distinta. Donatella no salió de un barrio marginal, sino de una familia de clase media-alta de Reggio Calabria. “Su padre era un financiero personal de la aristocracia italiana”, reza su biografía en Wikipedia. La siguiente frase es otra perla de Majórica del equipo de guionistas celestial: “Una hermana mayor, Tina, murió a la edad de 12 años por una infección de vaginitis tratada de forma inadecuada”.

Tras la muerte de Gianni, ella y su hermano Santo se encargaron de perpetuar el legado del diseñador. Donatella se hizo cargo de la dirección creativa y Santo, de la financiera. Pero ella ha sido desde entonces el cerebro que ha logrado mantener a flote la marca, y eso después de pasar por momentos tan delicados como 2004, cuando la empresa familiar —nunca han querido vender Versace a ningún grupo de inversión, a pesar de recibir ofertas millonarias— tocó fondo y la propia Donatella tuvo que ingresar en un centro de desintoxicación. La situación en aquel momento era tan negra como sus párpados: las pérdidas ascendían a 120 millones de euros y tuvieron que encargar a Giarcarlo di Risio, un gestor externo que provenía de Fendi (del grupo LVMH), sanear las cuentas. Su veredicto fue cerrar la división de alta costura, feudo particular de Donatella, y centrarse en los complementos.

Muchas otras hubiesen arrojado la toalla, tras pasársela por la cara en pleno ataque de nervios y dejarla convertida en un remake punk del paño de la Verónica; pero ella no: salió de la clínica decidida a reflotar la empresa, hasta el punto de resucitar Atelier Versace en pocos años, duplicar el volumen de negocio en menos de una década y diversificarse como uno de los grupos más rentables de la industria. ¿Cómo? Con colecciones tan audaces como la masculina de otoño-invierno 2008 inspirada en Georg Gänswein, secretario —ejem— del Papa Benedicto XVI. Con semejante conexión vaticana, no es de extrañar que en 2018 sea la coanfitriona, con Rihanna y Amal Clooney, de la próxima gala del Met, Cuerpos celestes: la moda y la imaginación católica, que versará sobre las relaciones (incestuosas) entre la alta costura y la Santa Madre Iglesia… ¿Qué pensará su amiguísima Madonna de todo esto?

Ilustración: Alessio Bruno @ab81_

Posted by:Javier Quesada

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