Para todos siempre será Sonny Corleone en ‘El padrino’, aunque yo lo conociera como aquel Billy Rose que enamoraba a Streisand en la segunda parte de aquella ‘Funny Girl’ de Wyler, que se llamaría ‘Funny Lady’. Una cinta que desarrollaba su vis cómica y hasta sus dotes para el cante, pese a que se abanderara como el ser más violento de las películas de los 70/80 gracias a ese cuerpo rectangular y andares marcados de estibador portuario.
Una presencia sólida que supo acompañar con un talento que echó alas en la Neighborhood Playhouse School of the Theatre y que le permitió trabajar con Hawks, Ford Coppola, Jewison, Brooks, Attenborough, Beatty (los mejores), aunque gran parte de los 80 se apartara del cine por la depresión que le supuso que su hermana muriera por cocaína. Su pasión por participar en rodeos y su papel en ‘Misery’ (basada en la obra homónima de Stephen King), con Kathy Bates, le harían volver a coger las riendas de una carrera aún prolífica que le serviría para mantener su popularidad entre las nuevas generaciones, pero no para que aplaudieran la calidad de todas sus apariciones, como es el caso de sus cameos en series como ‘Las Vegas’ o ‘Hawai 5.0’.
Hoy, James Caan nos abandona a los 82 y con él se marcha otro pedacito de ese Hollywood que tantos buenos ratos nos dio y al que le encantaba compartir en Twitter fotografías de sus años mozos, firmándolas con un escueto «end of tweet». Tres palabras que se harían tan famosas como su improvisado «bada bing!» en ‘El Padrino’, que décadas más tarde daría nombre al bar donde Tony se reunía con Silvio y Paulie en ‘Los Soprano’. DEP, Mr. Caan.