Hace más de sesenta años que no podemos disfrutar de sus poses de malote, pero hay una cosa que tenemos muy, muy clara: los followers de James Dean se habrían contado por miles. Qué digo, ¡por millones! Pocos actores han dejado una huella tan profunda en tan pocos años de carrera. Tres películas le sirvieron para alcanzar una fama que lo catapultó a icono cultural, sobre todo tras el accidente que sufrió a los veinticuatro años.
Pero no nos desviemos del tema. ¿Qué habría sido del guaperas de Dean si hubiese tenido Instagram? Pues seguramente una recopilación de fotos parecidas a las de las sesiones que sobrevivieron a su año de estrellato, pero sazonado con primeros planos fumando, mirando a cámara con cara de circunstancia y fotos “joanpalà” sin camiseta (pero, eso sí, con vaqueros). Unas Ray-Ban, un Lucky Strike y poco más.
No pueden faltar esos viajes necesarios para poder considerarse un verdadero instagramer. Cayo Largo del sur decoraría sus últimas entradas en la red social, con colores claros y poco saturados, con arena blanca y agua invisible. Ni podría faltar una vuelta por Nueva York con las solapas de su abrigo levantadas en un día lluvioso.
La revista Life murió de vejez y dejó un testigo que Instagram supo recoger. El formato no es el mismo, pero el bueno de Dean no necesita formatos para triunfar. En sus cortas sesiones nos encontramos con una estrella de la red social antes de que existiese la red social, un cool before it was cool. ¿Qué gafas lleva? ¿Cuál es ese abrigo? ¿Y ese jersey? ¡Si se hacía fotos con tazas de café y postres sesenta años antes de que lo hiciésemos el resto!
Símbolo de una nueva época, igual que lo fue en su momento, de incertidumbre juvenil. Siempre de la mano con su fotógrafo de cabecera, Dennis Stock, fotografiando un símbolo, que en su momento fue un azote de conciencia adolescente y hoy un maravilloso ejemplo de marketing, una estrella fugaz que entendía el poder de una imagen en un momento en el que una foto tenía más valor que un texto de mil palabras.