En 1953, Audrey Hepburn todavía no era una estrella pero le faltaba poco. Aún no había estrenado Vacaciones en Roma pero su pasión por la moda provocaba que en las interminables horas probando vestuario y durante los rodajes, no sintiera coartada su libertad y autenticidad por un par de metros de tela más. Sabía vestir, conocía la manera para sacar partido a esos vestidos y poco faltaba para que los diseñadores del momento matarán porque vistiera sus creaciones. Pero ella quería conocer a Hubert de Givenchy (él pensaría que era Katharine quien quería citarse con él).
Hoy, conocemos con tristeza que el conde Hubert James Marcel Taffin de Givenchy, el aristócrata francés que en 1952 fundaba la Casa de Modas Givenchy, moría el pasado 10 de marzo a los 91 años. Un adiós a uno de los últimos maestros de la costura, aquel que en los 60 supo vestir a la mujer con otro estilo mucho más moderno y minimalista pero sin perder la exaltación de la femineidad más sofisticada.
Por su atelier pasaron Grace Kelly, Jane Fonda, la Duquesa de Windsor, Jackie Kennedy, Gloria Guinness y Audrey Hepburn. Con esta última mantuvo una relación de amistad tanto fuera como dentro de la pantalla hasta el fallecimiento de la actriz en 1993. Una relación, “casi un matrimonio” (en palabras del diseñador), que unió sus nombres para mayor gloria del celuloide y de un público que asistía a verdaderos desfiles de alta costura en muchas de las cintas de Audrey.
Así, su primera colaboración fue para Sabrina (Billy Wilder) en la que la actriz se puso a Edith Head (la diseñadora de Paramount) por montera pidiéndole a Hubert que se encargara del vestido largo de la escena de la fiesta que quedaría para la memoria de los más cinéfilos y del resto de cambios de la película. Hubert no estaría en los títulos de crédito. Posteriormente llegaría su vestido con el que recogía su Oscar por Vacaciones en Roma, el traje de novia para Funny Face, el vestuario de Love in the Afternoon, el little black dress de Desayuno con Diamantes o los estilismos de Cómo robar un millon y…
“Soy feliz porque tengo el trabajo con el que soñaba de niño” afirmaba Hubert de Givenchy en cada uno de sus desfiles y apariciones públicas en los que aprendimos que el vestido siempre tiene que seguir el cuerpo de la mujer y no al revés. Una lección de estilo y buen gusto de un hombre de los pies a la cabeza que supo ser clásico cuando tocaba, moderno cuando mandaban los nuevos tiempos y un superviviente cuando a finales de los 80 vendía su marca al grupo LVMH, permitiendo a Galliano, McQueen o Tisci seguir su estela.
“La mía es una de las profesiones más bellas de la moda: hacer felices a los demás con una idea”. Hoy, esa idea perdura, su esencia sigue marcando tendencia y su herencia, gracias a su compañero Philippe Venet y familia, será destinada a una organización benéfica. Como también le hubiera gustado a su amiga Audrey. Genio, figura y “un creador de personalidad” que queda para la posteridad. ¡Hasta siempre, monsieur de Givenchy!