Desde que se hiciera famoso por aquel tiburón tigre sumergido en formol y presentado en una vitrina (su obra más conocida de la serie The Physical Impossibility of Death in the Mind of Someone Living) y se convirtiera en el primer artista vivo que lograba vender toda una exposición completa (Beautiful Inside My Head Forever), por subasta, en Sotheby’s, el mundo del arte se dio cuenta que se encontraba ante un nuevo Andy Warhol. Un empresario/coleccionista/artista inglés que no pretendía quedarse en aquellos 15 minutos de gloria a los que todos merecíamos aspirar en la vida, según su predecesor, sino en convertirse en el creador vivo más rico del mundo y en el más controvertido… ¿por qué no?
Una polémica que ha acompañado a Damien Hirst desde que comenzara a hacer caja con sus obras y que ni el premio Turner (una de las mayores distinciones artísticas en el Reino Unido) ni su membresía en los Young British Artists han evitado que se diluya/hunda como ha ocurrido con su última exposición en Venecia, que ha dado lugar hasta a un documental ficticio emitido por Netflix. Sí, todo muy surrealista.
Todo comenzó el año pasado cuando Hirst presentó en los dos palazzi venecianos transformados en centros culturales por el empresario François Pinault (Palazzo Grassi y Punta della Dogana), su exposición Treasures from the Wreck of the Unbelievable. Más de 10 años de preparación y casi 57 millones de euros de producción con la que el artista conceptual volvía a primera plana. Una exhibición que tomando como hilo conductor una ficticia colección de 189 piezas propiedad de Cif Amotan III (antiguo esclavo turco convertido en rico comerciante… también ficticio) que se perdió bajo las aguas al naufragar el barco que las trasportaba (“El Increíble”) y que siglos después (2008) era descubierta y llevada a Venecia para su muestra, recuperaba al Hirst de gusto más mastodóntico y excéntrica pompa decorativa.
Una muestra que tras un año levantando los más intensos aplausos y las opiniones más dispares ha interesado a Netflix hasta el punto de emitir un falso documental (producido por Hirst) que sirve de soporte de esta historia sin pies ni cabeza que a (casi) todos ya ha seducido. 90 minutos en la que vemos como un equipo de investigación identifican el botín en aguas del océano Índico y gracias a la labor del mecenas Hirst consiguen sacarla a flote.
Un documento audiovisual sin desperdicio dirigido por Sam Hobkinson con el que el artista vuelve a dejarnos sin saber qué decir pero con la extraña sensación de que aún no lo hemos visto todo porque como rezaba la figura retórica que daba la bienvenida a la expo: “en algún lugar entre las mentiras y la verdad se encuentra la verdad”. Vayan reservando manta y sofá.