Si todavía no nos habíamos repuesto de la muerte de Virgil Abloh, ahora una nueva pérdida vuelve a sacudir a la industria de la moda. El diseñador que inventó a la mujer del futuro y ‘obligaba’ a los asistentes a sus desfiles a no menearse del sitio durante casi una hora se despide del mundanal mundo para reunirse con los suyos, otras leyendas de la aguja y del dedal.
«Si me dieran un céntimo por cada vestido inspirado en mis diseños, sería multimillonario…». Y qué razón tenía el bueno de Thierry Mugler al definir en una sola frase su impacto en el mundo de la moda. Una industria que comenzaba a redefinir sus bases gracias a figuras como la del diseñador francés que en 1976 triunfaba en Tokio, de la mano de Shiseido, con un desfile presentación que ya daba pistas de lo que estaba por llegar.
Un joven guapo, de muy buen físico (curtido en los años en que era bailarín clásico en la Ópera de Estrasburgo) que pasó de trabajar en una pizzería a esbozar lo que sería la nueva manera de entender el armario femenino. Un armario que vibraba en puro color, excentricidad elevada a la máxima expresión y un fervor geométrico perfilado por su interés en los insectos, las mujeres fatales del cine negro, la robótica y el sadomasoquismo, sus más recurrentes inspiraciones.
Vinilo, látex y elementos de tienda sex shop elevados a alta moda y refrendado por mujeres como Claudia Schiffer, Rossy de Palma, Naomi Campbell, Tippi Hedren, Linda Evangelista, Eva Herzigova, Ivana Trump, Kate Moss, Sharon Stone o Jerry Hall que se convertían en embajadoras y amigas de un Mugler en verdadero estado de gracia, que a pesar de ser criticado por sexualizar a la mujer, llegando a cosificarlas, supo defenderse pues sus mujeres no eran objetos sexuales, sino sujetos sexuales.
Un diseñador que llegando a su cénit y sin querer caer en lo comercial triunfaba con el perfume Angel (desarrollado por Clarins), convirtiéndolo en referencia, también, para las nuevas generaciones. Una nueva clientela que aplaudiendo su trabajo, no supo reconocer al Mugler de los 80 y 90, por su pasión por el bisturí y los entrenamientos a lo bodybuilder, desde 2002, que lo transformaron como filtro de Instagram en otro hombre que estaba harto de que le recordaran lo que había hecho en el pasado, pero que sí han seguido reconociendo el valor del francés como diseñador y visionario en un tiempo en el que el futuro era vestir de Mugler. Hoy, ese mismo futuro, también le llora.