¿Puede haber alguien que aún no crea que la moda le debe demasiado a los 80? Mira que han existido décadas que han influido sobremanera sobre el modo de vestir de generaciones posteriores, pero ninguna como la época de Bonnie Tyler, Los Cazafantasmas y el Twister, una relación de loco amor que, sigue dictando las tendencias que vendrán… y las que quedan.
Dicen que los jóvenes van a lo suyo, que no tienen referencias más allá de lo que hicieron hace un mes y que todo en ellos es superficial como el propio algoritmo de Instagram. Nada más lejos de la realidad. Edward Crutchley sigue demostrando, ahora desde la London Fashion Week, que su amor por la moda va más allá de su pasión por las telas y que su pasión por el trabajo de maestros de la costura, de muy diverso palo, son una de sus más recurrentes inspiraciones a la hora de dibujar. Ahora añade una más, su rendición ante unos ochenta góticos y muy deluxe.
Un desfile que, bebiendo del buen hacer de Armani, Vivienne Westwood o Rick Owens, nos convence en la necesidad de volver a mirar hacia atrás para sacar de aquel baúl esas prendas que hace 40 años usamos y allí se quedaron. Tendencias como las tachuelas, los shorts, los calentadores, las plataformas, las hechuras más anchas, el punto y el cuero como textiles estrella, el terciopelo como verdadera especialidad y ese estilo glam decadente que nos vestías entonces y vuelve a iluminar un armario que no entiende de géneros sino de gustos y nada más.
Looks deportivos, telas drapeadas, desnudez flúor, mohair como herramienta grunge, siluetas lánguidas pero a las que no le falta detalle, parches, brillo y un romanticismo gótico por una época de máxima felicidad y que no hubieran faltado en un Studio 54 que, pese a haber hecho tanto por aquella década, cayó a la primera. No así la propuesta de Crutchley que vibra como buen alumno de Kim Jones y seguidor de Stephen Jones. Para que luego digan que la juventud no tiene buenas referencias. ¡Nunca os abandonaremos, queridos 80!