Con la vuelta a la rutina de septiembre, la puesta en marcha del nuevo curso y el cambio de armario de verano a entretiempo comienzan a llegarnos (ya) las propuestas para la próxima primavera. La moda es así. No hemos ni siquiera sacado la ropa de abrigo y ya estamos pensando en volver a desabrigarnos, disfrutar de las prendas más livianas y cambiar la tonalidad de nuestra particular puesta en escena estilística de oscuro a vibrante color. Los primeros brochazos nos llegan de mano de Calvin Klein que sigue fuerte en su intención de seguir vistiéndonos de puro yanqui. Porque más americano que el belga Raf Simons no hay nada.
Si en la anterior temporada de la New York Fashion Week, Simons apostaba por desempolvar la idiosincrasia propia del estilo americano con aquella vuelta de tuerca de los uniformes del típico diner, en esta ocasión (y como colección primavera-verano 2018) lleva la estética 100% americana a un punto de encuentro absolutamente cinematográfico en el que el espíritu Easy Rider de los 70 se enfrenta a los vivos colores de Andy Warhol, manteniéndose a medio camino entre la funcionalidad y la fantasía.
Una línea con la que Simons (y su mano derecha Pieter Mulier) pretende dar su particular golpe sobre la mesa, revigorizando a un Calvin Klein que se había dormido en los laureles del minimalismo más techie y avanzando a paso seguro, pero no carente de provocación, por una temporada que está por llegar pero que ya refulge en el horizonte.
Propuestas amparadas por un techo del que colgaban obras del artista americano con delirios punk Sterling Ruby y que más allá del punto, el látex, los estampados fotográficos (por los que Simons siente devoción), el cuero grueso desteñido o los abrigos y trajes de impecable labor de sastrería setentera, reflejan que Simons no está dispuesto a que Calvin Klein siga siendo mainstream y se convierta en una firma que marque tendencias y no solo se haga tímido eco de ellas.