Aunque no seamos mucho de postureo, no nos amargan esos restaurantes que entran por los ojos. De ahí, que nos encante visitar, una y otra vez, este restaurante situado bajo bóvedas del siglo XVI y donde se respira una espiritualidad casi eclesial que convierten a nuestro plan gastro en toda una experiencia religiosa.
Madrid se las pinta sola para hacer que espacios que, en otro momento, se usaron para otras cosas, tengan una segunda vuelta, para otras cuestiones, de una manera totalmente esplendorosa. Caluana es ejemplo de ello. Pues si el edificio en cuestión en el que se encuentra fue una iglesia, allá por el siglo XVI, y, posteriormente, la primera sede de la Bolsa de Madrid, ahora se ha transformado en uno de esos locales por los que te pegarás para ir.
Así, el centro de Madrid se convierte en una de nuestras coordenadas favoritas si lo que pretendemos es dejarnos mimar por un italiano con mucho guiño español, que hace explotar cualquier regla preconcebida para volverla a escribir a su manera.
Un Caluana donde la pura esencia del pizzaiolo y las trattorias de toda la vida se entremezclan con el señorío de unas paredes engalanadas hasta el techo y que confieren al momento un espíritu de lo más pintón acorde con los platos sobre la mesa, que son mucho más que hidratos de carbono a cascoporro.
Un restaurante dividido en varios ambientes (El Olivar, el Invernadero, El viñedo, el salón Rosal y el Patio), porque no siempre querrás hacer el mismo plan, y donde poder disfrutar hasta que no puedas más o hasta que el cuerpo te pida pasar a las copas y con ello, entregarte al hedonismo de Maldita Gioconda, el espacio para los buenos cócteles que Caluana esconde en su interior.
Otro secreto más, además de esos túneles de la Guerra Civil que aún conserva este espacio histórico, que saben dar un regusto distinto a un plan de lo más especial que se completa con una propuesta culinaria de lo más classy, al ritmo de croquetas de tortilla de patata, focaccia ibérica, parmigiana de calabacín al Idiazabal, vieiras a la carbonara, lasaña de rabo de toro, pargo con costra de pistacho, rigatoni con ragú de ternera, arroz meloso con carrillera o con setas y gambas o un espléndido ciervo que vale nuestra visita. Un tiramisú y a seguir la fiesta.