Los ingredientes no podían ser mejores: remake de una de las películas de referencia del cine de ciencia ficción, de una de las mejores películas de la década de los 80, con Harrison Ford de nuevo en la piel del emblemático Rick Deckard, con el portentoso Ryan Gosling en el reparto y el grandísimo director canadiense Denis Villeneuve (el de La llegada, el de Incendies, el de Prisioneros) detrás de la cámara. Demasiada expectación. Demasiadas esperanzas puestas en este proyecto. Algo tenía que fallar. Nada puede salir tan bien… Pero lo cierto es que Blade Runner 2049 no sólo no decepciona sino que es una película redonda, pura magia y magnetismo, un viaje no sólo a la ciencia y la fantasía sino a lo más profundo de la psique humana. Una joya.
Hay que partir de la base de que la película más esperada del año engarza con la original de manera notable pero no pretende ser una copia realizada 35 años después. Toma lo mejor de aquella, aunque quizá su lirismo se quedó en la cuneta, y la trae al saber hacer del siglo XXI, a lo mejor de la postmodernidad cinematográfica. Ahora vamos de la mano de un nuevo Blade Runner en el cuerpo de Ryan Gosling –que es esa clase de actor como Marlon Brando o como Robert Mitchum que cuando mejor está es cuando más hierático y frío parece su personaje como en Driver o Los idus de marzo-. Y con él descubrimos los entresijos de ese mundo post apocalíptico que nos aterra y embauca por igual. Y con él vamos en busca de Deckard–Ford en una suerte de road movie sideral tocada por un aura de elegancia sobrecogedora llena de magnetismo –que no frialdad-.
Estamos ante una de las películas más iluminadas del año, llena de momentos estelares y mágicos que retoma la maravillosa música creada por Vangelis de la mano ahora de los supremos Hans Zimmer y Benjamin Wallfisch, y lo mismo ocurre con el diseño de producción y la fotografía de antes y de ahora, hermanados con una coherencia asombrosa pero sabiéndose independientes. Robin Wright y Jared Leto completan el fresco junto a una Ana de Armas engrandecida para componer una sinfonía única… a un paso sólo de ser una obra maestra. Tal vez el tiempo –como pasa tantas veces- la sitúe en ese lugar.