El arte, en muchos casos, es subjetivo. Lo que para uno puede ser arte, para otro puede ser un cuadro (pero cuadro no de colgar sino de poco presentable) y pese a que hay obras que están por encima de cualquier opinión o juicio de valor, dado que nadie duda de su valor cultural, son muchas la representaciones escultóricas, pictóricas, fotográficas o audiovisuales que aún hoy levantan ampollas, haciendo acopio de la misma cantidad de admiradores que de detractores. Y si no que se lo digan a Duchamp, Manzoni, Hirst o Justin Bieber. Sí, lo que lees.
En 1917, La Fuente de Marcel Duchamp nos hizo pensar en puro dadaísmo; en 1961, Piero Manzoni criticaba al mundo del arte con su Merda d’artista; en 1991, Damien Hirst suspendía en formol a un tiburón tigre para divagar sobre la imposibilidad física de la muerte y en 2018, el Museo Stratford Perth de Canadá expondrá unos calzoncillos de Justin Bieber como parte de una exposición temporal sobre el cantante.
Si te lo cuentan, no te lo hubieras creído pero sí, es una realidad. Si en décadas pasadas, las obras anteriormente citadas supusieron un verdadero revulsivo en el mundillo cultureta, un verdadero quebradero de cabeza para los académicos más puristas, la segunda década del siglo XXI parece ser la indicada para seguirnos entregando a la cultura pop pero en su más baja y absurda representación.
“Me envían tantísimos calzoncillos que los puedo usar después de tirarlos una vez. No uso el mismo par de ropa interior dos veces. No me extrañaría que en África hubiera personas usando alguna de mis prendas íntimas”, declaraba el solista canadiense hace unos días en el Late Late Show de James Corden.
Hasta finales de año, la exposición Justin Bieber – Steps to Stardom dará exhaustiva cuenta de la cara más desconocida del autor de Sorry a través de 60 de sus pertenencias provistas por él mismo, que no harán otra cosa que las delicias de sus entregados beliebers que pagarán por estar un rato frente a frente su ídolo o al menos ante su ropa interior usada (una vez). Puro arte…